Katya, Carlos y yo (1)
Por agata
Enviado el 11/03/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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(Continuación de “Ágata 6”: Carlos acaba de correrse en mi boca mientras Katya me masturbaba)
Katya ralentiza sus caricias hasta que se apagan, dejando mi orgasmo en una explosión intensa, pero un poco más breve de lo que hubiera podido desear.
Todavía con el pene de Carlos en la boca, sintiendo como se desinfla poco a poco, abro los ojos a tiempo de ver su extasiado rostro recostado en el sofá.
Alzo la cabeza quedando arrodillada sobre la moqueta y miro a Katya, que permanece en idéntica posición frente a mí. No disimula que una excitación arrebatadora la domina, tras interpretar un papel tan poco activo en la escena que se ha desarrollado. Pero se adivina que sabe ser paciente y que es de las que, en el sexo, le gusta alargar la situación y hacerlo durar.
En su rostro se dibuja una sonrisa voraz, febril, y sin dudarlo se aproxima y me da un ardiente beso en los labios que me pilla por sorpresa, pero al que correspondo sin reservas. Noto mi boca pastosa por el semen, pero a ella no parece importarle y nuestras lenguas juguetean durante un rato. Sus manos empiezan a acariciarme por la cintura para subir sin demora a sobar mis pechos con descaro, que es sin duda el objeto de deseo más preciado de la viciosa Katya. De nuevo, se entretiene jugueteando con mis pezones, que se marcan erectos y sufren en silencio sus traviesos pellizcos y apretones.
Cuando se considera satisfecha se separa poco a poco. Tarda aún unos breves instantes en abrir los ojos, como si tratara de retrasar la ruptura del encantamiento en que parecen sumirla mi contacto y mis besos. Por fin, los abre y me mira recuperando su melosa sonrisa, y sin mediar palabra se incorpora un momento y se dirige a la terraza para volver de inmediato y ofrecerme la copa, aún fría pero casi sin hielos. También me ofrece un cigarrillo del paquete, al tiempo que se enciende uno.
—Bébetela toda —dice sonriente al tiempo que hace lo propio con la suya—. Carlos nos ha dejado un sabor extraño.
Carlos nos mira también sonriendo, y yo bebo agradeciendo el sabor fresco y limpio del gin-tonic, en contraste con el semen que me empalaga el paladar como si me hubiera tragado un litro de pegamento.
Me enciendo un cigarrillo y permanecemos un rato en silencio, Katya y yo en el suelo sentadas, Carlos en el sofá. Se ha desprendido del resto de la ropa, pero en un absurdo gesto de pudor se ha vuelto a subir los calzoncillos.
Todos fumamos y damos sorbos a nuestras bebidas, hasta que, por fin, Katya acaba la suya, y luego yo.
—Carlos, cariño, ¿puedes rellenarnos las copas? —dice Katya sin mirarlo, con su vista clavada en mí—. Y pon algo de música animada, que esto parece un funeral.
Sus ojos vuelven a ser dos ascuas hambrientas que amenazan con devorarme.
Una sensación de incomodidad me asalta en esa situación de impasse, vestida solo con el tanga y las medias y los pechos descubiertos, aunque me mantenga refugiada tras el anonimato que me aporta la máscara.
Acabamos de follar, me digo; ¿qué sentido tiene andarse con pudores? Cuando he tenido relaciones, con conocidos o no tan conocidos, la desnudez no me ha resultado embarazosa, y bien sabes que has sido mucho más remilgada en otras épocas…
Intento aparentar despreocupación y normalidad, evitar que se dé cuenta de que me intimida. Trato de beber con fingido aplomo la copa aquí en el suelo, fumar el cigarrillo, fingir que no me siento violenta desnuda de cintura para arriba y cubierta únicamente por el diminuto tanga.
Pero respiro aliviada cuando inicia un acercamiento y empieza a acariciarme los muslos. No es una sorpresa descubrir que la función consta de un segundo acto.
Lo que no tengo claro es lo que se espera de mí. Desde luego, he tenido un papel bastante protagonista en el primero, junto con Carlos. Resulta lógico pensar que la actriz principal del segundo será Katya.
Intento leer sus intenciones en su mirada. Hasta el momento me he dejado llevar por sus iniciativas, incluso he correspondido a sus besos. No he rechazado sus caricias ni tocamientos. Y reconozco que no ha estado nada mal. Pero no sé si seré capaz de llevar la parte activa si se espera de mí que adopte ese papel.
Pero parece que Katya es más partidaria de hacer que de dejarse hacer. Prosigue con sus caricias por mi cuerpo ajena a mis dudas y reflexiones. Tengo la sospecha de que no le importan en absoluto. Me besa en el cuello, en los hombros y en los pechos mientras sus manos recorren mis costados, mis muslos y mis brazos, sin que parezca necesitar más que un cuerpo que desear y venerar para sentirse satisfecha y colmada.
Permanezco quieta, inactiva, me dejo adorar, espero que eso sea cuanto se espere de mí.
Me cuadra. Ella dominante y activa, Carlos y yo, dóciles y pasivos.
Tras emborracharse de mi piel, con gestos suaves me indica que me incorpore y tome asiento en el borde de la mesa de centro, quedando ella arrodillada frente a mí. Me mira fijamente a los ojos mientras separa mis piernas y, con sus dos manos en mi pecho, recuesta mi cuerpo en la mullida y cálida mesa circular.
A modo introductorio, besa con suavidad la parte interior de mis muslos, y su boca se desliza casi sin tocarme por mi monte de Venus, cubierto todavía por el tanga. Puedo sentir el calor de su aliento al recorrerme y cierro los ojos para concentrarme en las sensaciones que me provoca.
Finalmente, desabrocha los elásticos y me despoja del liguero y del tanga.
Y acabados los preámbulos entra en materia.
Con los labios recorre primero y varias veces la parte exterior de mis labios vaginales, de abajo arriba, acabando siempre en la zona del clítoris, donde se entretiene jugueteando unos segundos con la lengua. Siento como, además de su saliva, grandes cantidades de flujo vaginal humedecen mis partes íntimas y un pudor absurdo me invade cuando ella aparta mis labios con los dedos y empieza a lamer con fruición cuanto segrega mi cuerpo.
Una vez satisfecha su sed de flujo noto sus manos en la parte interior de mis rodillas invitándome a levantar las piernas y subirlas a la mesa. Obedezco y repto con el cuerpo hacia atrás para dar cabida a mis pies, pues me cuesta encoger tanto las piernas como para que puedan apoyarse en los bordes de la mesa circular. Por fin, los acomodo y, tal y como los afianzo, siento que dos manos levantan mi culo con gesto enérgico y lo vuelven a llevar al límite de la mesa, obligándome a adoptar una posición que expone mi vagina completamente.
Y en esa postura vuelve a la carga.
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