Katya, Carlos y yo (2)
Por agata
Enviado el 11/03/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Introduce la lengua entre mis labios y sube hasta el clítoris, y allí se queda jugueteando mientras yo siento como se me infla y endurece y me provoca pequeños espasmos de placer.
Mantiene su cara separada de mi cuerpo, evita tocarme, de forma que solo siento el contacto de su lengua. Rápida, incansable, perseverante, no me da descanso ni tregua, y mi excitación va en aumento, presagiando un orgasmo que adivino no tardará en llegar.
De repente, no obstante, como si mi alma fuera un libro abierto en el que ella leyera a placer, y su función en la vida fuera torturarme, cambia el registro y pasa a ralentizar el castigo, alternándolo ahora con besos, ahora suaves mordiscos, ahora sorbiendo el clítoris entre los labios, para, finalmente, volver a recorrer toda la abertura de mi vagina con su lengua, que esporádicamente se introduce en mi interior, provocando una tortura de distinto signo pero parecida intensidad.
El cambio de estrategia, no obstante, me aporta algo de la cordura perdida. La respiración se regulariza, mi cuerpo se destensiona, me permito una relativa relajación de los miembros.
Y entonces, sin previo aviso, Carlos vuelve a escena y empieza a trabajar la parte superior de mi cuerpo. Aparece desde atrás, donde no podía verle, y noto como sus manos recorren mi torso acariciando mi vientre y mis senos. Luego rodea un poco la mesa y por mi lado izquierdo me llega una fugaz visión de su cuerpo, completamente desnudo y con el pene erecto.
Veo como se inclina hacia mí para ahogar mis gemidos con su boca. Coge mis manos entre las suyas y dirige la izquierda hacia su pene, en una invitación para que se lo acaricie. La mano derecha la arrastra por detrás de mi cabeza, manteniéndola bajo la suya, dejándola aprisionada por todo el peso de su cuerpo.
Mi memoria visual reclama una instantánea del momento y en mi retina, oculta bajo mis párpados en tensión, se reproduce una imagen. Una imagen que me reporta altos grados de excitación en múltiples planos. Una imagen que reproduce la voracidad y dedicación de Katya en las introducciones de su lengua en mi interior, alternadas con el castigo intermitente de mi clítoris. Reproduce las caricias de la mano libre de Carlos, centradas en mis sensibles pezones, a los que tortura con dos dedos juguetones. Y reproduce el contacto del pene empalmado de Carlos. La suavidad y tersura de un pene erecto siempre me ha provocado una excitación extrema.
Una imagen que me excita casi más que sus atenciones. Una imagen de mi cuerpo recostado en la mesa baja cubierta de terciopelo como si en un altar me encontrara, estirada con una mano por encima de mi cabeza, realzando de este modo mis pechos, que sin duda rematan dos pezones erectos. Mi vientre arqueado, retrayendo por instinto mi pelvis atrapada en el borde de la mesa, sometida al suplicio de la tortura placentera que me inflige Katya. Mis piernas recogidas al máximo, mi vagina totalmente ofrecida, Katya entregada a ella, y mi mano masturbando a Carlos que se inclina sobre mí, besándome con la excitación que imagino le provoca la escena y mis tocamientos.
En ese instante Katya vuelve a iniciar una ofensiva contra mi clítoris. De nuevo, de forma constante, su lengua lo somete a rápidos lametones con los que parece, por fin, querer conducirme al ansiado orgasmo clitoral. Y entonces, como complemento, posa, como quien no quiere la cosa, tres dedos de su mano izquierda justo en la abertura de mi vagina.
No los introduce. Simplemente lo deja allí. Estáticos.
Pero se adivina que no hay nada fortuito en ello. Representan una velada invitación a un placer que pueden ofrecerme, pero que por el momento me es negado.
Y la urgencia de su reclamo me subyuga por completo. El deseo de que esos dedos se introduzcan en mi cuerpo me posee de tal forma que deja de existir todo lo demás en esa habitación.
Carlos no existe. Mi orgasmo clitoral sigue, pero como un deseo secundario, arrasado por la arrebatadora necesidad de que esos dedos dejen de ofrecer una promesa y llenen el vacío que desde que empezara la sesión de sexo con la felación de Carlos siento en mi interior.
Y trato de conseguir por mis medios lo que me está siendo negado. Suelto el miembro de Carlos y apoyando ambas manos en la mesa, por encima de mi cabeza, arqueo todo mi cuerpo, desde mis manos a mis pies, y una parodia de penetración me estremece y me exaspera al mismo tiempo. Exhalo un prolongado gemido en el que se confunden el placer y la frustración.
Katya no puede ser ajena a mi apremiante deseo, pero sus dedos permanecen inmóviles, sin desplazarse un centímetro adelante ni tampoco hacia atrás. Los mantiene en el borde de la mesa, donde me resultan casi inalcanzables. No obstante, con mis movimientos, y a pesar o gracias a su inmovilidad, consigo introducirlos unos pocos centímetros en mi interior. Mi vagina dilatada y superlubricada se acomoda a ellos con extrema facilidad, y a pesar de la escasa profundidad de la penetración me provocan el estallido de placer que mi mente había imaginado. Un gemido profundo y prolongado silencia todos los sonidos de la habitación.
Pero en lugar de saciar mi deseo, el sucedáneo de penetración solo consigue inflamarlo. Repito la maniobra dos, tres, cuatro veces, pero los dedos permanecen sordos a mi reclamo, y apenas dos falanges llegan a penetrar mi cuerpo. Me agito descontrolada, buscando un placer que no alcanzo, y soy consciente de que trato de apagar fuego con gasolina.
Pero asumo que me he convertido en una pirómana.
Katya parece disfrutar con mi tortura, y en lugar de dirigir mis actos, como ha estado haciendo hasta ahora, me deja hacer sin poner reparos. Su cabeza, o más en concreto su lengua, se mueve a la par que mi pelvis en sus ascensos y descensos hacia sus dedos, de forma que mantiene sus lametones en mi clítoris con igual intensidad y forma que si estuviera totalmente quieta.
Hasta que, por fin, avanza unos centímetros los dedos, y con una embestida noto como se adentran en una zona todavía sin explorar de mi vagina.
Un escalofrío me recorre desde la punta de los pies hasta el último cabello, y algún tipo de cortocircuito se produce en mi cerebro. Vuelvo a alzar mi cuerpo apoyándome en las manos, y vuelvo a clavarme en los dedos para introducirlos aún más en mi interior.
Y mi mente desatada entra en barrena, presa de un frenesí irracional en su afán por conseguir la penetración y el placer máximo. Necesito sentir el contacto de su puño para saber que he conseguido la plenitud que reclamo, pero mis manos resbalan y no puedo erguirme tanto como para llegar a ese punto.
Entonces noto a Carlos, detrás de mí, que sujeta con fuerza mis antebrazos, y ya por fin con un punto fijo, alzo mi cuerpo y lo dirijo con toda la violencia que puedo hacia la mano de Katya.
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