Katya, Carlos y yo (3)
Por agata
Enviado el 11/03/2025, clasificado en Adultos / eróticos
583 visitas
Concentro toda la fuerza que soy capaz de reunir en mis dos manos afianzadas en la mesa para estirarme hacia Katya y, por fin, siento sus dedos completamente en mi interior, y prolongo cuanto puedo ese instante, manteniéndome en vilo, los pies peligrosamente colocados al borde de la mesa, y mi sexo por fin colmado por los tres dedos de Katya, que responde dejándome sentir como sus nudillos aplastaban mis labios vaginales.
Una convulsión es el preludio de un orgasmo que empieza en ese instante y que Katya se encarga de prolongar durante lo que no alcanzo a diferenciar si son diez segundos o diez minutos, pues pierdo por completo la noción de todo abducida por el terremoto que sacude mi entrepierna.
Katya mete y saca los dedos de mi interior con distintos grados de intensidad, y yo ya permanezco pasiva, incluso retrayendo mi cuerpo ante la violencia de las sensaciones que sus penetraciones me provocan. Y todo ello con el permanente torpedeo de mi clítoris, desde donde parecen partir y emanar todas las descargas eléctricas que convulsionan mi cuerpo.
Nunca he sentido algo así, ni tan siquiera parecido. Puedo reconocer el placer que con el sexo oral me provoca, pero no había sentido nunca, ni de lejos, un placer similar mediante la penetración vaginal. Y ni en mis más locos sueños podía imaginar que se pudieran simultanear ambas sensaciones.
El orgasmo clitoral no mengua y las penetraciones siguen aumentando en intensidad. Entre su saliva y mis flujos la lubricación es total, y los tres dedos entran sin oposición recorriendo mi interior y juguetean explorando las paredes de mi cavidad vaginal. Presionan tocando fondo, recorriendo los laterales, y se ensañan con la parte superior, provocándome una falsa sensación de dolor que parece el preludio de un placer aún mayor.
Y una sensación de alarma me asalta. Algo se dispara en mi interior. Una instantánea de Bruno y su enorme miembro saturando mi interior me anticipan el detonar del interruptor que abre las compuertas de aquel misterioso orgasmo hasta hoy nunca más repetido.
Y violentas convulsiones confirman mis subconscientes temores. Mi cuerpo tiembla sacudido por temblores incontrolables y siento como me corro vertiendo ingentes cantidades de un misterioso y cálido fluido que chorrea mis muslos y empapa la mesa.
Un torrente bombeado a espasmos regulares, al compás que imprime Katya exprimiendo mis entrañas.
Nada me importa. Mis caderas suben y bajan, se contraen y empujan, y los dedos de Katya estrujan mi interior como si quisiera extraer hasta la última gota de mi ser. Mis manos se aferran ahora a la mesa y siento los dedos doloridos y en tensión, e imagino mis nudillos blancos tratando de arrancar el borde.
Y me doy cuenta que no respiro. Mi aliento está detenido, contenido, hasta que por fin explota en un suspiro largo y prolongado, como si me desinflara.
Katya continúa metiendo y sacando los dedos, pero ahora con suavidad, y Carlos ya no presiona mis antebrazos con tanta fuerza como unos segundos antes.
Poco a poco, como un rayo de sol que se abre paso tras una furiosa tormenta, vuelve la calma, y yo percibo en la lejanía como mi cuerpo liviano queda inerte, tendido sobre la mesa, exhausto, los pies ya por fin apoyados en el suelo.
Siento la mesa húmeda bajo mis nalgas, empapada por la explosión del extraño orgasmo que Katya ha conseguido volver a provocarme. Y no quiero abrir los ojos. Me siento como una gatita a quien han colmado de placer y se regodea de su plenitud, reclamando incluso ahora, tras el placer máximo, unas últimas caricias arrulladoras.
Y trato de recogerme como la gatita en la que me han convertido.
Y entonces reparo en ello. Como un relámpago, me asalta primero la sensación de alarma y la terrible certeza después, y transformo el letargo en alerta y pánico y me revuelvo todavía como una gata, pero ahora convertida en una leona atrapada a traición.
Mi mente colapsada por la adrenalina trata de procesar el recuerdo de mis brazos doloridos por lo prolongado de la postura en la que los había mantenido, estirados hacia atrás, apoyados por encima de mi cabeza.
Intento recordar en qué momento empecé a presentir la presencia de algo alrededor de mis muñecas que no debiera estar allí. Levanto anonadada mis brazos a la altura de mi cabeza y observo incrédula las dos muñequeras de cuero, una en cada mano, cerradas sobre unas argollas, de las que parten sendas cadenas que se pierden tras de mí emitiendo un sonido tintineante mientras las agito.
Me revuelvo como una fiera, quedando a cuatro patas sobre la mesa. La cadena es larga y me permite esa posición, pero no lo es tanto como para poder ponerme en pie.
(Continúa en “Mi primera Experiencia Sado”)
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales