Una mansión que acoge infinidad de orgías (12) (2ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 11/03/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Jorge no se anduvo con contemplaciones y no guarda los 15 minutos de rigor
de follada lenta y suave. Se trajina el culo de aquel forzado maricón a un ritmo de tres emboladas por segundo. Araceli comenta:
--Vaya, parece que pone cara como que le gusta. Vamos a tener que pedir ayuda de otros machos. A ver si se harta, el guarro este.
Entonces Araceli telefonea a la habitación n.º 31. Allí está instalado un chico gay muy musculado y atractivo. Está solo. Parece que su cita le dio plantón. Se la está pelando mirando una película en el televisor.
--¿Quieres venir a la garita de seguridad y tirarte a un sarasa prácticamente virgen? --le pregunta Araceli al chico, contestando con un rotundo sí el chaval.
Luego llama a la habitación n.º -12, donde una dómina se dedica a ensanchar ojetes anales de un grupo de esclavos. Esta mujer tiene un sin fin de juguetes sexuales con los cuales hace sufrir con intensidad a sus machos. La invita a unirse a la fiesta, para darle lo suyo a un espía chivato, y la dómina acepta encantada.
Por último, telefonea a la habitación 14. Allí hay dos mulatas dándose el lote, comiéndose el coño en un sensual 69. Las pilló en pleno orgasmo y tardaron un poco en descolgar. Cuando lo hacen, lo primero que dice una de ellas es:
--Vamos, con la condición de poder escupir, sonarnos los mocos y orinar en la boca de ese cabrón. Tenemos que desquitarnos de esta sociedad patriarcal y falocéntrica.
Araceli acepta sus condiciones.
A todas las personas a las que invitó a unirse al folleteo, les pide que se pongan una máscara de cuero. Para no ser reconocidas en el video que están grabando.
Jorge, después de estar más de media hora zumbándole con saña el trasero a Lucas, decide correrse. Como lleva puesto un preservativo, toda la carga de esperma queda a buen recaudo.
Cuando se desacopla de su esclavo, se saca con cuidado el condón y se lo da a Araceli. Esta (después de quitarle el esparadrapo a Lucas y las bragas de su boca), a modo de flash de hielo le vacía el preservativo en la garganta a su sometido. Lucas no tiene más remedio que obedecer, si no quiere que le estrangulen los testículos. Araceli amenazó con retorcerle los huevos sin piedad y Lucas sabe que la guarda no va de farol.
Una vez vaciado el condón, Araceli le da la vuelta como un calcetín y se lo mete en la boca a su improvisado chapero para que lo chupe bien. Solo después de unos tres minutos, le da permiso para que lo escupa.
Suenan unos toques en la puerta. Jorge la abre y se encuentra con el solitario gay, la dómina y la pareja de lesbianas mulatas.
--Pasad. El maricón sometido es todo vuestro –les indica Jorge a sus invitados.
Mientras la dómina (con un pene de látex de 24 cm de largo y 15 cm de perímetro), se folla sin compasión el trasero de Lucas, turnándose en los envites con el chico gay, y las lesbianas mulatas mean, escupen y se suenan las narices en boca y cara del chantajista, Araceli y Jorge deciden irse al vestuario. Se pegan una ducha y, en un rinconcito junto a unas colchonetas, hacen el amor apasionadamente.
Después de más de tres horas de sexo duro, el rostro y resto del cuerpo de Lucas quedaron pringados de semen, orina, mocos, saliva... y hasta vómitos de sus dominadores (el chico gay y una de las mulatas no pudieron evitarlo, son demasiado sensibles). Tenían pensado seguir un par de horas más con sus humillaciones, pero los móviles de Araceli y Jorge se estaban quedando sin batería.
--Estos videos, si no haces todo lo que te mandemos de aquí en adelante, serán enviados, no a Lourdes, tu chica (que seguro que en vez de enfadarse contigo, se masturba viéndolos), sino a tus padres, hermanos y lo que es peor, a tu cuñado. Sí, ese que te tiene ganas –le comenta Araceli a Lucas.
Lucas fue a por lana y salió trasquilado. Como su ropa estaba a jirones, salió desnudo de la garita, lleno de pringue, y se dirigió a su coche. De esta guisa fue conduciendo por todo el trayecto, hasta llegar a su casa.
--Solo faltaba que ahora me parasen los guardias de tráfico –pensó para sus adentros Lucas, tembloroso--. ¿Qué escusa podría darles? La verdad no la puedo decir.
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