Realidades Alternativas (3)
Por Luis R.
Enviado el 07/03/2025, clasificado en Ciencia ficción
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La Nueva Europa
Obak Eyerman me llamó como de costumbre, después de un buen desayuno: café con leche y churros. Sus investigaciones acerca de la "acústica" aplicada a las partículas elementales, le había permitido construir un cubo energético que se desplegaba como una puerta y al atravesarlo conducía a otras líneas temporales, muy parecidas a la nuestra. Según su teoría no se podía acceder a nuestra línea temporal, pero se podían explorar múltiples "realidades alternativas". Tampoco se podía interactuar en las líneas temporales, solo observar.
Decidimos ir al año 2095 y rastreamos toda la información posible.
Europa era un vasto tapiz de ciudades donde ya no existía la ideología de la superioridad blanca, de los tiempos de la inmigración. Las avenidas que antes rebosaban vida caucasiana ahora eran recorridas por personas de todo tipo de culturas y religiones. A principios de siglo la natalidad había caído en picado, y los jóvenes europeos, cada vez menos, preferían no tener hijos. Se decía que Europa se estaba apagando, como una vela al final de su mecha.
Pero en los márgenes de aquella sociedad envejecida, nuevas voces se alzaban. Llegaban desde África, Asia y América Latina, gentes jóvenes que traían consigo lenguas distintas, costumbres vibrantes y la urgente necesidad de sobrevivir. Eran ellos quienes mantenían en pie los hospitales, conducían los trenes y reparaban las ciudades. Sin ellos, el viejo continente se detendría.
Los ancianos los miraban con recelo, algunos con miedo. “No son como nosotros”, murmuraban en sus plazas marchitas. Pero, ¿qué eran ellos mismos ahora, sino reliquias de un mundo que ya no existía?
Con el tiempo, los hijos de los recién llegados crecieron en esas calles europeas. Hablaron los viejos idiomas con acentos nuevos, y poco a poco, ocuparon el lugar de aquellos que partían. No por conquista, sino porque los europeos originales se extinguían, como espectros envejecidos arrastrados por el viento del tiempo.
Al final, Europa seguía en pie, aunque diferente. Sus nuevas generaciones tenían otro color de piel, otro modo de entender la vida, pero mantenían el pulso de la civilización. Los antiguos europeos se convirtieron en nombres en las lápidas, en historias contadas en voz baja, que ya no generaban ningún interés.
La sociedad no desapareció, solo mudó su piel. Europa no murió… pero dejó de ser la que fue.
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