AIRE ACONDICIONADO 1
Por RELATOR
Enviado el 11/04/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Cali es una ciudad con mucho calor, por lo que en casa nos vemos obligados a tener aire acondicionado en los diferentes cuartos. Al dañarse el aire de nuestro cuarto, le pedí a mi esposo que llamara al técnico para que lo revisara y de paso hiciera mantenimiento a los otros. Al día siguiente a las 7:30 am, llegó don Jaime, el técnico, acompañado de dos ayudantes, para los trabajos. Uno se puso a hacer el mantenimiento en el estudio, otro en la sala de estar y don Jaime en nuestro cuarto. Yo estaba en la cocina, con Alba nuestra empleada doméstica, diciéndole que preparar para el almuerzo. Preparamos un jugo de maracuyá, y fui a llevarle a cada uno de ellos un vaso. Me quedé en el cuarto recostada sobre la cama, mirando mi celular, mientras don Jaime estaba concentrado en el equipo. Don Jaime, era un hombre cercano a los cincuenta, musculoso, alto, de apariencia agradable, y quien desde hace varios años hacia el mantenimiento en la casa y en la oficina de mi esposo. Revisando el celular, me quedé dormida, hasta que un grito me despertó; más que un grito sonó como un mugido. Tanto don Jaime y yo salimos del cuarto; en el estudio y en la sala de estar no había nadie, así que bajamos hacia la cocina. Al acercarnos, a la puerta, vimos a Alba arrodillada en medio de la cocina, mamándole la polla a los dos ayudantes de don Jaime. Nos quedamos pasmados, y nos echamos para atrás para que no nos vieran. La escena me dejo en shock, quería entrar gritando, pero no pude. La cocina tiene dos puertas de acceso, una por el comedor y otra por el patio de servicios. Di la vuelta, mientras don Jaime me seguía, y ubicándome en el patio que, con la luz apagada, nos ocultaba perfectamente, podía ver a Alba en acción mientras me recostaba sobre la lavadora. Alba con sus tetas al aire se turnaba en chupar esas pollas. El moreno, que más tarde me di cuenta se llamaba Eber, tenía una tremenda verga de casi 9 pulgadas, gruesa, cuyo glande brillaba con cada lamida de Alba; el otro, un hombre trigueño, llamado Eyner, tenía una polla un poco más pequeña pero más gruesa. A ambos Alba los masturbaba con ahínco, mientras los iba chupeteando alternando su boca. Eyner le apretaba los pezones, mientras Alba se tragaba literalmente su polla. Estaba ensimismada mirando esas severas trancas, que superaban la de mi marido, que podía alcanzar casi seis pulgadas. Nunca había visto una como la de Eber, que me hipnotizaba como una cobra a su presa.
Fue cuando sentí la mano de don Jaime sobre mi trasero, que se posó delicadamente. Al no sentir rechazo de mi parte, esa mano acaricio mis nalgas por encima de mi vestido. Absorta en la lucha de Alba con esas dos serpientes, que competían por el control de su boca, sentía como la mano me recorría toda, desde mi cuello hasta mis nalgas. Doña Pamela, me decía don Jaime, es usted una mujer muy atractiva, palabras que me arrechaban tanto como la mano que me tocaba. En un santiamén, bajo la falda y los calzones, quedando mi trasero completamente expuesto; a lo que se acurruco detrás de mí y sumergió su rostro en mi intimidad. Sentía como su incipiente barba me raspaba, mientras con su lengua literalmente chupaba los jugos que ya brotaban de mi coño. Su lengua con delicadeza acariciaba mi clítoris, que lo sentía crecido, y recorría mis labios por todos sus pliegues untándome de mis propios fluidos por todas partes con sus lamidas. Que lengua prodigiosa que me arrebató un primer orgasmo que me hizo temblar sobre esa lavadora, mientras con mis ojos seguía de cerca esa orgía en la cocina. Eber se acostó sobre el piso, dejando su verga como un mástil señalando al cielo, sobre la que Alba se sentó a cabalgar apasionada, como si en ello se le fuera la vida, mientras Eyner los observaba y se masturbaba. Podía ver como ese coño peludo de Alba se tragaba ese pene de Eber, estirando sus labios con cada subida, a la vez que sus tetas se bamboleaban rítmicamente con cada caída sobre su amante horizontal. Don Jaime, mientras tanto seguía besándome y lamiéndome ahora embelesado con mi ano; sentía esa lengua empujando en mi orificio, que muy pocas veces había sido profanado por Raúl, mi marido. Con sus manos abría mis nalgas, para facilitarse el acceso con su lengua a mi ano, que lamio y beso hasta cansarse. Don Jaime, se acomodó a mi lado, después de haberse quedado desnudo de la cintura para abajo al quitarse pantalón y boxers; cogió mi mano izquierda y la puso sobre su verga, que no tenía nada que envidiarle a las de sus ayudantes, para que lo masturbara lentamente. Era un pene hermoso, grande, grueso, con las venas brotadas que lo hacían ver aún más gigante, y que parecía palpitar como si tuviera vida propia. Mientras tanto, como abrazándome con su mano izquierda me apretaba mis tetas que ya había liberado del sostén, después de abrirme la blusa. Me pellizcaba mi pezón derecho, causando un dolor que me agradaba. A la vez con su mano derecha, sumergía su dedo corazón en mi coño acariciando mi clítoris, arrancándome suspiros de placer mientras seguía masajeando su verga. Ya Eyner, se había acomodado detrás de Alba, y estaban ambos ayudantes dándole una doble penetración de antología, con los tres perfectamente sincronizados en ese mete y saca en los orificios de mi empleada. Don Jaime, observando dicho espectáculo, sumo dos dedos más a la excursión en mi coño, a la vez que acomodo su dedo pulgar en la puerta de mi ano y empujó. Cuatro dedos me exploraban, tres en mi jugosa concha y uno completamente adentro en mi ano; los podía sentir como trataban de tocarse entre sí separados por esa membrana al interior de mi ser. Don Jaime, parecía que hubiera sincronizado cada embate de su mano, con los de Eber y Eyner sobre Alba; suspiraba a la par de ella, mientras sentía sus dedos que me penetraban y el palpito de su pene en mi mano. Se separo abruptamente de mí, y sentí como me insertó su polla, en mi culo, dilatando mi ano, causando dolor que quería sentir. La introdujo toda, completamente, hasta el punto que podía sentir sus testículos que rozaban mi piel. Y con ese monstruo adentro se quedó completamente quieto. Solo me aferraba a la lavadora, mientras mis tetas se aplastaban sobre ella. Don Jaime, no se movía, pero yo no quería que se moviera, solo quería sentir su verga completamente extendida dentro de mí.
Estaba duro, como un bate de beisbol, me llenaba toda. Acercó su cabeza, y tomándome del cabello, me dio un beso en la boca. Supe que ese sabor era mío, y aunque dubitativa por un momento, terminé devolviéndole el beso entremezclando nuestras lenguas. Doña Pamela, me gustan sus canas, me gustan sus tetas, me gusta su culo, es toda una mujer; palabras que en ese momento extrañamente me recordaban a mi marido.
Continua en Aire Acondicionado 2
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