LA EMOCIÓN DEL REFLEJO INTERIOR

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LA EMOCIÓN DEL REFLEJO INTERIOR

"Tu reflejo está en el interior". «Todavia tengo tiempo », se dijo Tomás cogiendo de una zarpada la nota junto al libro de cubierta verde laurel con letras doradas. No lo dudó y salió corriendo por entre las filas de asientos dobles del vagón.

Cuando alcanzó la puerta, ésta ya se había cerrado; el silbato hondo como un aullido de dolor interior; la leve sacudida; el sonido eléctrico; el movimiento; la lucha contra la gravedad; el triunfo sobre las leyes de la fricción, de la oposición entre quietud y velocidad, aquí y allí, ahora y luego. Así le acometió una sensación de derrota.

Entonces, una sombra y un movimiento como un aleteo nervioso en el andén. Era ella. La mujer daba pequeños saltos. Sus dedos eran hojas lobuladas que se agitaban com el viento de la esperanza. Sonreía con aquellos labios rectos en la boca pequeña pero abierta al máximo. Él agitó a su vez la mano con el libro en ella, como si fuera un abanico. Sus ojos brillaban como chispas de un fuego en la noche.

El tren cogió velocidad y la figura de ella se empequeñecía rápidamente, pronto fue un punto; después el punto era su imagen prisionera en la retina. «No importa», se dijo seguro. Volvió al asiento. El aroma de su perfume ligero seguía en el vagón, en el asiento frente al suyo. Su mente la dibujó, con su cabello castaño claro, los ojos inteligentes, profundos, conocedores de los recónditos secretos del alma humana, sus manos blancas. Él se reivindicó en su forma cómoda de vestir, en su camiseta negra, en la inscripción chistosa; así como estuvo, seguía allí mirándolo disimuladamente en el reflejo del cristal de la ventana... "Tu reflejo..."

Acarició la portada en relieve del libro, sus doradas letras. Siddhartha, leyó. Hesse, Hermann Hesse. Abrió sus páginas. El olor peculiar de las páginas de papel, el hechizo invertido de los miles de estrellas negras sobre el blanco cósmico, los espacios escalonados... «Ah», se dijo, «la nota». «La nota "de ella"» se corrigió con una emoción que no pudo controlar. La había puesto en el interior; la buscó y la extrajo como un fiel una reliquia, pero ésta viva y tangible, preñada de futuro. La leyenda estaba escrita con una hermosa caligrafía redondilla sobre el color violeta del papel... «Tu reflejo», repitió... y su corazón dio un vuelco: «...en el interior». Ahora en voz alta: "en el interior; está en el interior". Abrió nervioso el libro: allí estaba un correo electrónico y su nombre. Se estremeció y le embargó una felicidad chispeante, infantil. El tren volvió a emitir un silbido. Está vez le pareció el canto prometedor de un ave del paraíso.

Abrió su portátil y comenzó a escribir nervioso, cometiendo faltas de ortografía y volviendo a empezar:

"He encontrado tu libro..." Y terminó: "En el interior está tu reflejo".

La pestaña advirtió: "Quiere enviarlo". El índice pulsó enérgicamente y él con un suspiro disfrutó de los campos dorados que discurrían más allá de la ventana.

 


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