La última estrella

Escribo estas notas para acallar mi mente. Esta tarde moriré. Me he presentado voluntario —como tantos otros— para el sacrificio por la humanidad. No soy valiente. Más bien lo contrario. No quiero estar presente para lo que ocurrirá cuando se acaben los voluntarios.

La expansión del universo se ha acelerado tanto que, en pocos años, la Tierra vagará en soledad, sumida en una oscuridad infinita. El Sol es la última estrella visible… y también desaparecerá.

Algunos sostienen una teoría opuesta: que llegará un punto crítico, y el universo colapsará sobre sí mismo. Ambas opciones nos aterran.

Descubrimos demasiado tarde que la aceleración del universo está relacionada con el número de observadores conscientes. Cuantos más miramos, más rápido se alejan las estrellas. Sin saberlo, la sobrepoblación nos precipitó hacia el abismo.

La culpa me acompaña. Fue elegida mi propuesta para reducir la cantidad de observadores, mermar a la humanidad hasta dejar solo a los imprescindibles, ganar algo de tiempo. ¿No es, quizá, ese el acto más inhumano de todos? ¿Perderemos nuestra humanidad para salvarla?

Yo no tengo el valor para decidir quién debe vivir y quién debe morir. Por eso me elimino a mí mismo.

Pasaré mis últimas horas contemplando cómo nos alejamos de la última estrella. A pesar de todo, siempre habrá esperanza en la oscuridad.