LA LUZ QUE NO SE FUE A CERO

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          LA LUZ QUE NO SE FUE A CERO

   Contababa los adoquines como si fueran segundos, estudiaba las corolas de flores sin angustia en la espera, porque en su interior una luz era permanente, la imagen de ella, su palabra exacta, profunda, tierna.
La electricidad falló, pero la luz de ella seguía inalterable, acompañándolo en cada paso, en cada circunstancia del día. En la identidad de sus corazones no había distancia, porque los sentimientos brillan con luz propia, por eso, de manera natural e intima, la sentía junto a él.
Como de costumbre, desgranó las cuentas de colores de su alma, aquel arco iris que tampoco dejó de alumbrar su vínculo estrecho con ella ese aciago día, en que los demás ver apuraban, aislados, ansiosos, sin tener conexión artificial...
No necesitaba un medio electrónico para verla, en lo más profundo y entrañable de su ser, su imagen, su mirada inteligente, sus cabellos, sus rasgos, sus espacios, y su ropa que tanto le agradaban permanecían inalterados. Sabía que ella también sentiría su compañía con la misma calidez. Entre ellos, a diferencia de otras gentes, no había angustiosa espera: había permanencia en las emociones, constancia en los sentimientos sin una molécula de tinieblas.
Mientras tanto, el cruce de palabras entregadas continuaba en la nube punteada titilando como estrellas en la noche cerrada, que nunca se vendría a cero.

Para M.G.


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