EL SELLO DE ANTIGUA
Indudablemente nadie discutirá el valor universal de la obra literaria de Robert Graves en toda su extensión y variedad; aunque al mismo tiempo en algunas de sus novelas se proyecta una cierta interpretación perturbadora.
La sombra, la de una posible e inquietante visión misógina por parte de este escritor, asalta a quien disfrute de la lectura de su conocidísima novela histórica sobre la Roma imperial postaugustiana, escrita en dos tomos, Yo, Claudio, y Claudio el dios y su esposa Mesalina.
Graves dibuja a los personajes femeninos con los trazos vampirescos que fueron propios de algunos escritores de finales del siglo XIX y principios del XX.
Así aparecen ante los ojos de los lectores Livia, Mesalina, Livila o Drusila. De los otros personajes femeninos novelisticamente retratados, pocos son los que son mostrados en su papel histórico relativamente relevante fuera de una faceta de intrínseca malignidad, destacando Antonia, la madre del emperador Claudio, que es objeto de veneración por su comportamiento ajustado al ideal moral de la mujer romana, fiel guardiana del hogar patricial.
Aunque en la novelística de Graves adquiere en este sentido, un mayor protagonismo un personaje femenino de ficción, marcado por su naturaleza vengativa y despiadada, que aparece en su novela El sello de Antigua.
En esta novela, cuyo cuerpo central está escrito en un tono de farsa torva, que obliga al lector al ejercicio de una paciente lectura, dos personajes, los hermanos Jane y Oliver se baten, durante prácticamente toda su vida, en un duelo a causa de una riña infantil en la que media con poca fortuna el padre de ambos. En la disputa, que alcanza escenas de inaudita violencia fratricida, Jane es presentada con tintes de una iniquidad malévola que hacen de ella ese ídolo de perversidad que disfrutarán los lectores masculinos, atrapados en las redes de la concepción misógina, tan querida a quienes contemplan con temor los avances en derechos e igualdad de las mujeres.
Naturalmente, se puede objetar que esta reseña es unilateral; que la muy extensa obra de Robert Graves contiene más puntos de interés literario que la crítica que se pueda hacer respecto a un sólo aspecto. Sin embargo, a la crítica le ocurre como a la visión, si queremos ver en detalle un objeto concreto, por fuerza los otros quedan difuminados —no invisibles— mientras dura el enfoque parcial: son los límites inevitables de todo estudio con el método analítico.
Con todo, se trata de una novela valiosa, recomendable e instructiva, que nos hace reflexionar sobre una cuestión candente en la sociedad moderna.
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