Una mansión que acoge infinidad de orgías (15) (1ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 19/05/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Vega inicia su jornada laboral en la mansión El Edén. Jorge se fue hará un par de horas, después de saludar a Vega con un piquito y despedirse de ella.
Vega aún sigue con el colgante circular plano color blanco. Le quedan muchas horas para conseguir subir a la categoría Amarillo. De 730 horas necesarias, habrá conseguido 200, como mucho. Vega está muy orgullosa de haberse inscrito en la Sociedad de los Regresados a El Edén.
Para ir subiendo de categoría, los hombres y las mujeres tienen diferentes cometidos y actividades (invito al lector a leer, si no lo hizo ya, el episodio 5, para saber más en detalle en qué consisten estas actividades). Como resumen diré que Vega, como mujer, tiene que sentarse en un sofá con dos pollones de madera de ébano atornillados. Debe clavarse uno en el culo y el otro en el coño. Este asiento tiene la peculiaridad de ir moviéndose, a modo de potro. Al ritmo que marque el sofá, Vega se deja follar, durante horas. Al mismo tiempo, le ponen unas pinzas en los pezones y le van soltando descargas eléctricas.
Vega, aunque acaba de empezar su periplo “estudiantil” en esta Sociedad, ya tiene el culo y el chocho bien ensanchados. Para ser una chica de 28 años (de poco más de metro y medio de altura y muy delgada, 40 kg de peso), con su melena rubia recogida en dos trencitas, engaña mucho. Parece que no rompió nunca un plato, pero en verdad es una auténtica loba, hambrienta de polla y sedienta de semen. Además, sabe defensa personal, y en su oficio de guarda de seguridad nadie le come el terreno ni se le suben a la chepa.
La segurata observa que en la entrada de la mansión están dos peculiares personajes: mi chica Sonia y el que escribe estas líneas, Jonathan. Desde que nos hablaron de la existencia de este lugar no podíamos perder la oportunidad de hacerle una visita. Yo pedí a dos amantes asiáticas y mi esposa, siguiendo en su línea, prefirió pedir a tres buenos empotradores congoleños. Las dos geishas asiáticas y los tres dioses africanos se nos presentan en el hall y nos acompañan hasta nuestras respectivas habitaciones. Mientras subimos las escaleras, los congoleños soban de lo lindo a mi esposa y le pegan unos buenos morreos. Las chicas asiáticas me palpan el paquete y me lamen las orejas. Me dicen cochinadas del estilo:
--Con nuestras boquitas de pichón intentaremos hacerte una garganta profunda. Tendremos muchas arcadas y te llenaremos la polla de babas. Esperemos que no te moleste, cariño.
--¿Molestarme? ¡Qué va! Me encanta que me llenen los huevos y el rabo de una cantidad ingente de babas. Es el mejor lubricante que se pueda usar para perforar chochos y ojetes.
Al llegar al rellano del segundo piso y dirigirnos a nuestras habitaciones, mi mujer me pega un morreo y me desea una hermosa velada con mis dos geishas. Yo le deseo lo mismo a ella, con sus tres machos de ébano. A Sonia la llevaron a la habitación n.º 38. A mí me hospedaron en la contigua anterior, en la habitación n.º 37.
--Tranquilo, colega. Te la vamos a dejar bien calmada y relajada para que no te moleste en los próximos tres días –me dice uno de los congoleños--. No hay hembra, por muy puta que sea, que no se quede rendida después de recibir por largas horas, pollones como los nuestros.
--Pues yo seré la excepción que rompa vuestras estadísticas, porque soy una ninfómana poseída por Satán. No hay polla que me llegue ni me llene –suelta la golfa de mi esposa.
Los tres congoleños entran con Sonia a sus aposentos. Yo hago otro tanto con mis dos asiáticas, entrando en mi dormitorio. Ya dentro, las chicas y yo nos desnudamos y nos metemos en un jacuzzi. Las chicas asiáticas son muy cariñosas y complacientes y no hacen más que besuquearme y pegarme unos buenos lametones por orejas y cuello. Me estaban poniendo a mil.
Después de chapotear y jugar en el jacuzzi por más de media hora, decidimos ir a la cama. Yo me tiendo boca arriba y las chicas, cada una a un costado de mi cuerpo, se predisponen a comerme la polla, al mismo tiempo que se dan lengua entre ellas. En ocasiones, se morrean con mi glande entre sus labios. Con sus boquitas pequeñas de pichón intentan practicarme una garganta profunda. Las arcadas con sus correspondientes babas inundan mi rabo y mi escroto. Las chicas lo sorben, hacen gárgaras con el emplasto de saliva y se lo tragan todo. Desde el perineo hasta la punta del capullo, me dejan todo bien limpito y sequito. Con cada arcada y cada chorreo de babas vuelven a hacer lo mismo. Practican un swapping, pasándose las babas de boca en boca, hasta que una de las dos decide tragarse todo el pastoso merengue.
Sus chupaditas en la punta de la polla, con sus correspondientes succiones, me elevan al Paraíso. ¡Estas furcias de ojos rasgados qué ganas le ponen! ¡Cómo disfrutan engullendo una buena verga occidental! Se nota que los chicos de su país la tienen delgada y pequeña en exceso, porque cuando tienen la oportunidad de follarse a un maromo de Europa se les hace la boca agua.
--¿Os habéis acostado con un africano alguna vez? --les pregunto, con mucha lascivia en los ojos.
--La verdad es que no. Nos da mucho miedo. Nos acabarían reventando. Tu mujer es muy osada. Debe de ser muy puta, la chamaca –comenta una de las chicas.
--La verdad es que me salió un poco puta, qué le voy a hacer. Todos tenemos nuestros defectillos. Yo también soy un buen puto. Si me pagaran por comer diez o quince bollos al día, sería el hombre más feliz de La Tierra… y el que tendría los labios cortados todo el año, también –asevero, arrancándoles unas carcajadas a las dos garotas asiáticas.
Ya no pude aguantar por más tiempo tanto chupetón en el glande y, sin avisar, les suelto en toda la cara unos buenos chorros de lechada. Al pillarlas desprevenidas, se echan a reír, perdiendo el ritmo de la gayola y dejando la paja a medias. Pero mi rabo siguió escupiendo esperma. Los últimos disparos los hizo con menos fuerza. Las chicas no dejaron que se perdiera ni una sola gota de leche. Sorben y sorben la punta de mi rabo, buscando las rezagadas gotas finales. Después, recogen con sus lenguas los chorros esparcidos por mi bajo vientre y por mis ingles. También, con sus deditos, recogen los escupitajos de semen que atesoran en sus caras y se los meten en sus bocas, chupándose los dedos. Hacen unas gárgaras y… todo pa’ dentro. Estas hembras no tienen déficit de calcio, pues este tipo de actividades las repiten varias veces al día, con diferentes maromos.
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