Una mansión que acoge infinidad de orgías (16) (1ª parte)

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Cuando entro por la puerta de la mansión, mi mujer me pregunta:

--¿Cómo vienes del exterior si estábamos en el segundo piso?

--Es que la guarda de seguridad me reclamó para unos asuntillos –le contesto, con cierta ironía.

--Ya. No se te puede dejar solo. Y yo mientras, aquí colocada, como una imagen religiosa, esperando a ser sacada en andas. Menos mal que me encontré con Sara y Anthony.

Saludo a la pareja amiga y les comento lo siguiente:

--¿Por qué no os animáis a compartir una habitación con nosotros y montamos un intercambio de pareja?

--Justamente eso es lo que le estábamos comentando a Sonia –contesta Sara--. Anthony ya habló con la recepcionista y nos dieron la habitación n.º 12, en este mismo rellano, al fondo del pasillo.

--Estupendo. Vayamos allá entonces. Bueno, igual mi mujer se encuentra cansada de tanto folleteo con sus tres dioses africanos.

--Estoy estupendamente. Ya dije que les hundiría la estadística de machirulos. Muy poco disminuyeron mi fuego –suelta mi esposa, carcajeándonos los cuatro.

Ya describí en relatos anteriores que Sara es como Claudia Schiffer, pero con melena morena. Es un bellezón, una diosa egipcia. No me extraña que Anthony le consienta todos los caprichos, que le perdone todos sus escarceos extramatrimoniales. Mi colega tiene unas buenas tragaderas. Es un buen cornudo consentidor, ¡el muy cabrón!

Anthony intenta cuidarse pero la alopecia y la gota lo están envejeciendo. Aunque es un hombre de 1,75 m de altura y conserva una compresión corporal atlética, al lado de Sara desmerece mucho. Él se da cuenta y para no perderla y quedarse solo (pues es consciente de que a sus 54 años tiene difícil conseguir a otra diva como Sara), se ha convertido en su perrito faldero, hasta el extremo de tragarse el esperma de los amantes de su mujer… entre ellos el mío.

Ya frente a la puerta, Anthony se dispone a abrirla, sacando la llave del bolsillo. Entramos y nos vamos directamente al jacuzzi. Miro a las cámaras y les guiño un ojo, sé que Vega nos está observando. Encendemos unas velas aromáticas. Los manoseos bajo el agua burbujeante y los morreos son la nota general de nuestra estancia en el spa.

Después de estar casi una hora en el jacuzzi, nos dirigimos a unas camillas para masajes que hay cerca del spa. Sara y Sonia se tumban en ellas, cada una en la suya. Anthony y yo cogemos unos aceites de rosa mosqueta, de almendras y de romero, que hay en tres tarros en un armario, y comenzamos a masajear a las chicas (Anthony a mi mujer y yo a la suya, por supuesto). Les hacemos un buen masaje relajante de cuerpo entero. Nos pasamos dos horas amasando sus carnes. Desde el rostro hasta la punta de los pies, no queda ni un centímetro de piel por frotar y manipular.

Las chicas están muy encendidas y Sara me pide que me la calce a cuatro patas. Se baja de la camilla y se coloca en el suelo en dicha posición. Yo la agarro por la cintura y le clavo en su chocho pringoso, de una sola estocada, todo mi rabo duro, caliente y palpitante.

--Dame duro, cariño. A tres o cuatro empellones por segundo. Aguántame media hora a este ritmo para que yo pueda enlazar varios orgasmos seguidos –me dice Sara, como poseída por la diosa Lujuria.

--Tranquila, que este es el cuarto polvo que echo hoy y puedo aguantar el tiempo que me pidas –le comento en tono chulapo, mientras le regalo unos buenos caderazos.

Me fijo de soslayo en lo que hacen Sonia y Anthony. Sobre la camilla, en la postura del misionero, Anthony se está trajinando a buen ritmo a mi esposa. Esta gime y bufa como si llevara una semana sin follar. Es inagotable la muy furcia, ¡cómo me pone, la amo! Para ponerme más caliente, si cabe, Sonia le dice a Anthony:

--¡Qué bien follas, mi amor! Hacía años que no me tiraba a un amante tan fornido y tan bien dotado. Cuando te corras hazlo sobre mi pubis. Después te agachas y me lames y relames la concha hasta dejarla reluciente. Quien mancha debe limpiar después, es mi lema. Quiero ver cómo te tragas tu propio esperma.

Anthony estaba tan cachondo, que al ser la primera vez que se follaba a mi mujer (yo a Sara ya me la había trajinado más veces), no tardó mucho en decir:

--¡Me corro, joder! Mira, Jonathan, cómo le pringo de esperma el pubis a la guarra de tu mujer.

--Sí, cariño. Ahora bájate al pilón y déjame bien fresquita. Sórbeme el chocho –le suelta mi mujer.

Sara y yo habíamos cambiado de postura. Ahora estábamos en mi preferida: yo sentado en un sofá y Sara sentada sobre mí, dándome la espalda. Sara se había corrido una vez (cuando estuvo colocada a cuatro patas), y ahora al ver a su marido lamerle la almeja a Sonia y tragarse su propio esperma, se estaba corriendo por segunda vez. Me pide que me corra en sus entrañas, que quiere aplastarle el chocho en la cara a Anthony para que se trague sus jugos y mi lechada. Yo acelero las embestidas, buscando eyacular pronto. Observo, también, a Anthony cómo sorbe el coño de mi esposa y se traga sus fluidos mezclados con lechada. Esto me pone como una moto y aviso de que me corro. Le calco fuerte la polla en las entrañas a Sara, quería meterle el semen bien adentro para que tardara en salir unos 30 segundos, como mínimo (para darle tiempo a colocarse en cuclillas sobre la cara del chapero de su marido).

Efectivamente, cuando Sara intuye que mi picha ya vació toda la lefa que tenía que vaciar (que está bien exprimida), se desengancha de mí y a una indicación suya, Anthony se acuesta en el suelo (boca arriba). Ella se coloca sobre él y le hunde su coño en toda la boca.

--Trágate toda la leche de mi macho, cabrón, que sé que te gusta. No es la primera vez que la pruebas. ¡Maricón!

Por la uretra de mi polla asoman unas gotas. Me acerco a las tetas de Sara, sacudo mi rabo y le suelto cuatro o cinco gotas de leche en su pecho.

--Cuando Anthony acabe de succionarme y sorberme el higo, le digo que me lama estas últimas gotas de tu drenaje de huevos, que escupiste sobre mis pechos –me dice Sara, soltando unas carcajadas ella, Sonia y yo.

Nos tomamos un descanso para recuperar fuerzas. Vega, la segurata, se puso muy cachonda y aprovecha para ver lo que ocurre en la habitación n.º -10, en el sótano. Como todos sabemos a estas alturas, en el subterráneo las habitaciones están dedicadas al BDSM. En esta habitación hay dos chicos acostados boca abajo sobre unas camillas. Tienen las piernas colgando hacia el suelo. Las camillas están colocadas una en frente de la otra, dándose el trasero los chicos.


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