Una mansión que acoge infinidad de orgías (16) (2ª parte)
Por El Manso Embravecido
Enviado el 19/05/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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En medio de las camillas hay una chica sentada en una silla. El brazo derecho, hasta el codo, lo tiene introducido en el trasero del maromo que está a su costado derecho y el brazo izquierdo lo tiene introducido en el trasero del marica que está a su costado izquierdo. La chica parece que está expirando sus pecados en una cruz.
La dómina, para no aburrirse, hace la batidora con sus brazos en el interior de las entrañas de aquellos masoquistas radicales. También abre y cierra el puño intentando hacerles algún desgarro intestinal y provocarles una hemorragia interna. No es el primer masoca radical al que hay que trasladar en ambulancia al hospital. Pero el cliente es el que manda. Uno de ellos le dice a su Ama:
--Méteme el brazo hasta el fondo, hasta la axila. Agarra todo lo que pilles por el camino y arráncalo. Estoy a punto de llegar al orgasmo. ¡Joder, qué placer!
--Cállate, maricón, o te arranco el páncreas, el hígado y hasta un riñón. Estas son las pollas que te gustan, verdad, unos buenos brazos de hembra dominante –le contesta la Ama.
El chico ya no pudo contestar. Un orgasmo brutal y salvaje inunda su cuerpo. El chaval se desmaya. Algo de sangre sale por el esfínter anal. Cuando la dómina saca el brazo del culo del esclavo, lo tiene encharcado en sangre. Aprovecha que el otro chaval le pide más caña y le mete este segundo brazo por el culo.
Vega no podía creer lo que estaba viendo. Una hembra con sus dos brazos introducidos hasta la axila por el culo de un maromo muy vicioso. ¡Con qué estilo y ritmo mete y saca sus brazos del intestino grueso de este cabrón! ¡Mismo pareciera que está lavando ropa en un lavadero!
Cuando este segundo sarasa se corre, la hembra desacopla los brazos del ano del maromo y, sin ni siquiera lavarlos, telefonea a Urgencias. El chaval que se acaba de correr le pregunta:
--¿Tan grave es lo del compañero? ¿No estará exagerando?
--Quizás. Los hombres sois muy flojos. Pero algún desgarro debe de tener el muy marica, porque noté como que rasgué la tripa con una uña.
Vega ya no podía aguantar más la calentura y se baja el pantalón del uniforme. Comienza a frotarse la panocha, con ímpetu. Cambia el monitor a la habitación de al lado, la n.º -9. En esta sala hay tres chicos en cuclillas (parecen, por su estética ñoña, pertenecer a una asociación de abogados católicos), y debajo de ellos (como si fueran mecánicos revisando el chasis de un coche), están el mismo número de hermosas chicas, mulatas, y su función consiste en ir introduciendo por el ano de los esclavos, un pequeño cactus de unos 13 cm de largo por 15 cm de perímetro. Pero el problema son las espinas.
Los abogados chaperos católicos sangran por el esfínter anal como si fuera una fuente del maná ofreciendo vino. Los cabrones chillan como terneros en el matadero. Otro grupo de dóminas les cepillan el glande con unos cactus de proporciones similares al que están recibiendo por el trasero.
--No os quejaréis. Os estamos dejando la polla, el escroto y el ano bien limpitos con estos cepillos naturales –les suelta con sorna la Dómina Superiora.
Vega comienza a sentir que se marea al ver a estos guarros y asquerosos abogados católicos prestarse a este tipo de prácticas sexuales tan viciosas y decide cambiar y volver a la habitación donde estamos Sara, Anthony, mi mujer y yo.
Nos encuentra, a mi mujer dándole por el culo a Anthony con un pollón de látex inmenso; y a mí, petándole el ano a Sara. Las dos parejas estamos en la postura de perra en celo.
Como no me dejé dar por culo ni tampoco accedí a tragarme el esperma de Anthony, a mi mujer le sentó muy mal. Está acostumbrada a que sus caprichos y antojos sean cumplidos sin ningún tipo de reparo por las personas más cercanas a su círculo social. Yo le corté el rollo y creo que ese fue el motivo de que unos meses más tarde, me pidiera un tiempo de impasse en la relación.
Pero volviendo a la situación de la orgía, el caso es que mi mujer le bombea el trasero con furia al chapero de mi amigo. Este chilla pidiendo compasión. Sonia se ríe y le da por culo con más saña. A su vez, Sara me pide que vaya cambiando la polla de orificio, cada cinco arremetidas pasar del culo al coño y viceversa.
--Me encanta pasar de tu retaguardia a tu vanguardia y volver a la retaguardia. ¡Qué conejo y ojete tan acogedores tienes, Sara! ¡Eres una buena puta! --le digo, en un momento de calentura total.
--Descarga una buena lechada, que a mi marido le gusta limpiarme y saborear el semen de mis machos.
--Es mi quinto polvo. Si consigo soltar cinco o seis gotas de leche date por contenta, mi amor –le comento a Sara, que pone los ojos en blanco de lo salida que está.
--Pues suéltalas en mi pubis, que Anthony las recogerá con su lengua una a una (como si fueran perlas del Caribe), y las engullirá como el buen maricón en el que se ha convertido.
Vega, la segurata, no pudo evitar orgasmar en tres o cuatro ocasiones viendo lo guarros que somos. Sonia se folló en todas las posturas el trasero de Anthony (perra, misionero, de lado, ella sentada y él sentado sobre ella [dándole la espalda o de cara], de pie en diferentes modalidades, etc.), a Anthony le quedó el ojete bien horadado y escocido. Yo también fui cambiando de posturas con Sara. ¡Cómo sudaba la cacho guarra! Tenía la espalda empapada en sudor. Su melena se notaba encrespada por la humedad del acaloramiento. Su bajo vientre y sus ingles también tenían su ración de sudor de tanto chasquear nuestros cuerpos.
En la postura del misionero decidí correrme. Saco la picha de su chocho, y como Sara bien me indicó, le descargo las siete u ocho gotitas viscosas por el pubis e ingles. A una señal de Sara, Anthony se desacopla del rabo de mi mujer y se acerca a la entrepierna de su esposa con la lengua fuera, imitando a un perrito. Sara le señala las gotitas de mi esperma y le dice:
--Recógelas muy despacio, para que nuestros amigos observen bien lo puta que es mi marido. Saboréalas con sumo placer. En la ingle derecha hay dos, no las dejes atrás.
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