De copas (1)

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Para variar Saúl mi esposo, que le reconozco es quién siempre busca que hagamos algo juntos, me invitó a que saliéramos a escuchar música y tomar algunos tragos. Otras veces me le he negado, porque prefiero quedarme en casa, viendo alguna serie de Netflix o trabajando en mi taller en mis esculturas; pero esta vez accedí, más pensando en él, que quizá habría tenido una semana dura de trabajo y necesitaba relajarse. Nos arreglamos y nos dispusimos a ir a pasar un rato, escuchando música de los sesentas; mi marido, en jeans y camisa por fuera, oliendo rico con la loción que se puso y yo en blusa ceñida y para variar una falda larga, tobillera, que hace muchos años no me ponía. Las chicas cada una tenía su propio plan, así que nos despedimos y nos fuimos en un Uber, para no tener que llevar vehículo y no tener que conducir en caso de que yo también me animara a beber algún licor.

Nunca hemos sido una pareja de bailar, ni de rumba; a él le gusta tomarse sus tragos y a mí más bien poco, producto de mi formación deportiva en mis años de adolescencia y juventud, sumado a que el licor en general con excepción del coñac me produce sueño. Llegamos al sitio, el cual había sido remodelado desde la última vez que habíamos ido, más amplio, más oscuro, con las luces que reflejaban las proyecciones de video en las pantallas. El aire acondicionado estaba un poco más fuerte de lo usual, que me hizo cubrirme con el saco que llevaba. El lugar estaba abarrotado, y no había mesas disponibles. Estábamos a punto de marcharnos, cuando de repente una chica se paró frente a mí y me saludó. – Señora Pamela, como está? Me alegra saludarla. Le sonreí, tratando de descifrar en mi mente quien era, y al mirar a mi esposo, que sabe que tengo mala memoria para las personas, me recuerda que es Silvia, la hija de unos vecinos que teníamos en el anterior edificio en que vivíamos. Recordé rápidamente que, durante unas vacaciones, hace ya varios años, le estuve dando clases de escultura, en las que charlábamos sobre la vida, los hombres y la relación con sus padres. Ahora debería tener unos 29 años, de cara muy hermosa, de complexión delgada y una alegría desbordante. Le devolví el saludo con un beso en la mejilla, y le dije que nos íbamos al no encontrar una mesa disponible. Me replicó que porque no nos quedábamos y nos sentábamos con ella y los amigos con los que venía, que ellos tenían una mesa para ocho personas y sólo eran seis. Conociendo a mi marido que no es muy sociable que digamos, le mire y me dijo que bueno, que nos quedáramos para no ir a deambular por medio ciudad buscando otro sitio. 

Fuimos con Silvia a la mesa, en un rincón oscuro del local, en donde nos presentó a sus acompañantes. Marco, quien iba con ella, de unos 35 años, con barba, delgado, buen mozo; Jonatán, un moreno de unos 25 años, que iba de pareja de Melissa, una rubia alta con grandes pechos, y más allá, estaba Sergio, alto, con anteojos, acompañado de Lady, también con anteojos, y con cola de caballo. 

Saúl, se sentó en la esquina del mueble circular donde estábamos todos, yo a su lado, y en seguida, Silvia, Marco, Melissa, Jonatán, Sergio y Lady. Las chicas estaban tomando ginebra, Marco bebía Whisky, mientras que Sergio y Jonatán tomaban ron. Saúl pidió para nosotros una botella de coñac, que trajeron al cabo de unos minutos. Todos ellos eran compañeros de trabajo, y habían salido esa noche a celebrar que un proyecto que estaban adelantando había sido escogido por sus jefes en la empresa de tecnología en la que laboraban.

Saúl y yo, bien parecíamos los padres de aquella manada que compartía y cantaba a todo pulmón las canciones de José Gabriel, José José, Camilo Sesto, José Luis Perales, que alternaban con música popular de Jessi Uribe, Arelys Henao, Pipe Bueno y Paola Jara, que andan de moda.

El coñac empezó a ponerme contenta, y compartía con Saúl y con Silvia quien tenía al lado. Silvia seguía siendo esa chica extrovertida que conocí años atrás, se había graduado de ingeniera de sistemas, había realizado un postgrado en Bogotá y había regresado a la ciudad al terminarlo. Ya no vivía con sus padres, y estaba en una relación abierta, según sus palabras, con el joven que la acompañaba, Marco, aunque me confesó que a veces sentía que su relación era netamente sexual. Ante la pregunta que, si le gustaría casarse, me contestó que sí, algún día, pero que ahora le gustaba su vida así, con la libertad de hacer lo que quería. Parecía tenerlo todo bajo control. La noche continuó con las canciones, los brindis, los coros, y los besos que se daban nuestras jóvenes parejas acompañantes. En un momento sentí besar a Saúl, y me voltee y le cogí la cara con mis dos manos y le besé, como hace rato no lo hacía, no porque él no quiera o no lo busque, pues sé que soy yo la que ha perdido la pasión que antes tanto disfrutábamos. Mi marido respondió mi beso, de tal manera, que sentí que me humedecía. Y no puedo negar, que me encantó volver a sentir eso, me sentí joven de nuevo. Pasaban las horas, las canciones y las botellas, y todos felices, un poco ebrios y cantando. 

En uno de esos momentos de efervescencia y calor, como dicen; Silvia estaba besándose con Marco, y al tratar de acomodarse, terminó colocando una mano sobre mi muslo, como apoyándose en el, y la sensación de sentir esa mano allí, me gustó, la dejé, y me volví a mi esposo y le pedí que me besara de nuevo, a lo que accedió encantado, con lo que mi cuerpo sentía una corriente de placer por el beso de mi marido y la mano sobre mí de mi vecina.

 Melissa y Jonatán, salían a bailar al lado de la mesa, apretaditos a ratos, abrazados, y no podía de dejar de observar con gracia, como mi Saúl se divertía mirando esos senos que asomaban por el escote de Melissa. Te vas a quedar ciego, le susurraba, y el solo se sonrojaba. Transcurría el tiempo, y cada vez más personas se iban del local, e íbamos quedando solos, de forma que el dj prácticamente colocaba la música que pedían en nuestra mesa. Saúl que se había tomado conmigo la primera botella de Hennesy, había empezado a tomar ron con los otros de la mesa, de forma que la mezcla ya le estaba haciendo mella. Le pregunté si quería que nos fuéramos, y me dijo que no, que estaba bien.

De un momento a otro, me percato que Marco se ha abierto la bragueta de su pantalón, y tiene su miembro afuera, completamente erecto y Silvia le está dando una masajeada; ella recostada sobre la mesa con su codo derecho y con la izquierda lo masturbaba mientras se miraban fijamente. 

Continua en De copas (2)


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