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EL PEQUEÑO OBSEQUIO
Se yergue casi con digna solemnidad, reclamando al dios Sol su ofrenda diaria de vida. Escasamente sostenido en su angosto reino, no por ello se da por vencido; año a año, entrega su pequeño obsequio, los tres frutos de su seno, a quienes lo protegen y dan vida.
Corre la savia en su estrecho tronco y sus pacientes ramas generando tres soles ardientes hijos del dios Febo: son como él, radiantes y plenos, rotundas esferas concupiscentes, ansiada carne de primavera.
¡Oh, me rindo a tus pies, humildemente, sencillo cerezo!; me declaro envidioso de los frutos de tu fértil seno... ¡Ay, cómo quisiera ser objeto de los cálidos ojos que esta mañana pleitesía rinden a tus delicadas ramas!
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