Comienza el día cuando termina tu noche. Los rayos del sol penetran en tus pupilas y te hacen parpadear. ¡Mira, Emilia, mira las rosas, las frescas rosas con la sensualidad abierta de sus corolas! Vs como gotea el rocío de su sueño ya transcurrido. ¡Mira, mira, Emilia, el vuelo de las primeras golondrinas, aladas lunas que cortan con un silbido la mañana de domingo, tu noche!
Te estremeces rodeada de la suave brisa de la mañana, tu noche invertida. El día se encoge, Emilia, fagocitando tus horas, jornada a jornada absorbe tu vida: la entrega a los dioses insaciables y laicos. Yunque de hierro que aplana el cerebro.
Emilia, sacude tu agotamiento y vibra antes de dejarte ir humedecida en las sábanas. Yo sacudiré mi varita mágica para estar a tu lado. ¡Rompamos las asfixiantes telarañas que cubren las inhóspitas paredes de la mina abandonada y extraña! Más allá, a través de las grietas, entre las rocas, se cuelan imperturbables e irredentos los rayos del dio del planeta.
Alba del alba, los latidos de acompasan, muere la tétrica sombra de los crucifijos y el brillo del oro de extingue en el remolino del agua.
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