EL TAPIZ DE LOS SUEÑOS
Parecía que Xiana estaba desubicada. Los demás no tenían una idea definida de ella. En casi todos los temas ella se mantenía aparte, sin expresar su opinión, con lo cual algunos creían que era muestra de su conformidad, y otros que pensaba lo contrario y no lo expresaba por temor a que quedara patente su ignorancia o no por carecer de argumentos solidos frente a los de la mayoría. Pero no había nada de eso.
Xiana permanecía allí..., pero estaba en otro mundo, en una dimensión inalcanzable para los otros. Él mundo de Xiana no tenía tabiques, techo o suelo: era el mundo abierto de los sueños. Tejía sus fantasías y sus cuentos con la facilidad con que una araña se deslizaba sujeta a los hilos sedosos fruto de sí misma.
Esa tarde, ajena a las conversaciones banales con que los demás se conformaban, Xiana pensaba en Sabina. Su mente y su corazón vivían una conexión con la mente y el corazón de Sabina. Lo que sus sentidos percibían inmediatamente la llevaba a querer compartirlo todo con su amiga, imágenes, libros, películas, flores, el vuelo de las mariposas, su propio caminar, sus sueños, sus fantasías...
En ese momento de esa tarde de esa fría y pesada sobremesa, Xiana tejía hermosos hilos de colores que iban quedando entrelazados con los hilos que también Sabina hilaba. Entre las dos estaban confeccionando un tapiz maravilloso de colores fantásticos que narraban una historia, la de sus sueños compartidos.
Cada nudo del tapiz, cada color, representaba un momento especial: una aventura compartida, una confidencia que las unía, un logro que las llenaba de felicidad, una esperanza que les daba fuerzas para seguir adelante, una tristeza que hacía que se abrazasen con el alma y se sintieran acompañadas. Con el tiempo, los hilos se entrelazaban cada vez más formando un tapiz vibrante, reflejo de su amistad y de lo mucho que se querían. Aquello era un mapa de sentimientos, un testimonio continuo de cuánto se apoyaban y cuánto se deseaban siempre lo mejor. Cada vez que ambas se paraban a pensar en ese tapiz, sentían una mezcla de orgullo (del bueno), gratitud y amor profundo (del puro), y ambas sabían que aunque la vida las había llevado por caminos diferentes, también las había unido en un momento dado, sintiendo que se conocían desde siempre y ese tapiz, espejo de sus corazones, sólo era un recordatorio de que los sueños compartidos fortalecen el alma y dan sentido a la vida.
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