Celine llamó a la espiritista que también era profesora de yoga. Le habían dicho que la señora tenía poderes mágicos y, en algunas ocasiones, había expulsado espíritus malignos de casas. El problema de Celine era su nevera: petó el día de la fiesta, de tantas cervezas que metieron en su interior. Emitió dos sonidos raros —como un estertor profundo de robot asmático— y se apagó.
“Será hora de cambiar la nevera”, se dijo. Así que compró otra. Pero esta duró poco. Justo cuando se acababa la garantía, se rompió. El servicio técnico, ni idea. Y después, con el paso del tiempo, cuando ya iba por la cuarta nevera, alguien le habló de la espiritista.
Marga —alias Veganica— apareció envuelta en una aureola de misterio, con un bolso enorme del que sobresalían ramas de algo sospechosamente parecido al hinojo. Inspeccionó la nevera actual, que ya daba señales de estar redactando su testamento. Sacó sus artilugios y comenzó lo que llamó “exorcismo térmico”.
—Aquí parece que hay vida —exclamó, tras aplicar una especie de estetoscopio con tres tubos: dos para los oídos, uno para el tercer ojo.
Celine arqueó una ceja.
—¿Vida física o espiritual?
—¡Shhhhh! —silenció Veganica, pegando un salto hacia atrás.
—¡Es un ser verde!
Celine miró y solo vio un trozo de lechuga iceberg, eso sí, olvidada en el fondo del congelador, no se acordaba que estaba allí .
—Eso es un vegetal Marga, no me vengas con rollos de espiritus.
—¡Ignorante de lo invisible! —gritó la bruja— ¡Ese es el alma encapsulada del consumo irresponsable! ¡Una energía residual de tus hábitos alimenticios! Y además acoges en tu casa a comedores de alitas de pollo, eso genera mal karma.
Desde ese momento, la cosa se descontroló. Veganica encendió inciensos con forma de espárrago, colocó un tapete de macramé sobre la nevera moribunda y se sentó en posición de loto sobre una caja de cervezas del Lidl. Invocó a los dioses de la cadena del frío. Celine, entre fascinada y descompuesta, dudaba entre llamar al seguro del hogar o a un psiquiatra.
— ¡La nevera está atrapada en un ciclo kármico! — gritó la espiritista. Cada vez que la llenas de comida procesada, se muere un chakra. Y eso te afecta, querida...
Después vino el sacrificio del tofu: un bloque blanco, sin alma y sin sabor, fue depositado como ofrenda. Veganica cantó en lo que describió como “sánscrito intuitivo”. La nevera, como si supiera que era su hora, soltó un pitido agudo y la palmó. Otra vez.
—Está hecho —declaró solemnemente—. El espíritu se ha liberado.
—¿Y eso qué significa?
—Que ahora probablemente esté en el congelador del vecino. Pero eso ya no es tu karma.
Le cobró 12 cookies de Thierry, dos infusiones de kombucha, que en realidad eran cervezas artesanales de Karmen y Luis, y una bolsa de vegetales de la risa. Luego desapareció entre una nube de palo santo y spray antimosquitos.
Celine suspiró. Abrió la puerta de la nevera por última vez, saco las cervezas ya calientes y pensó: “La próxima vez, llamo a un técnico. O a un exorcista auténtico. De esos con sotana y agua bendita. Que a lo mejor funcionan de verdad.”
Dos semanas después...
Celine recibió un paquete sin remitente. Dentro, un folleto: “Curso intensivo de Sanación de Electrodomésticos. Módulo 1: Secadoras y hornos rebeldes”. En la contraportada, una foto de Marga la Veganica, disfrazada de Sadhu de la India, abrazando una tostadora.
Lo tiró sin dudar. Pero justo cuando la tapa del cubo se cerró, el horno emitió un beep. Uno solo.
Y en su pantalla, durante una fracción de segundo, apareció algo. No estaba en español. Ni en inglés.
Era... sánscrito.
Celine abrió otra cerveza. Y entre trago y trago siguió flipando... sin dejar de mirar está vez, el horno...
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