Mi primer juguete sexual

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Una chica como yo jamás entraría a un lugar como ese, pero sus luces, decoración y misterio me tentaban cada tarde. Trabajo en un centro comercial y al salir de mi turno observaba al final del pasillo un letrero de neón que decía Sex Shop. Por supuesto que sé lo que es, pero nunca había entrado a una y la curiosidad crecía día tras día.

Una tarde, simulando estar distraída, caminé por el pasillo hasta llegar al final. Ventanales y puerta estaban tapados; sólo se mostraban algunos conjuntos de lencería, pero había que entrar para ver lo demás. Miré hacia atrás y no había nadie cerca; mi corazón estaba acelerado y me atreví, entré.

Una linda chica me preguntó qué buscaba; nerviosa le dije que solo estaba mirando. Amablemente me mostró algunos productos, me sorprendió la naturalidad con la que hablaba de penetración, succión y otros términos que me daría pena pronunciar. Había juguetes que vibraban y otros que se pegaban a la pared, de distintas formas y colores.

No quería volver a pasar por ese pasillo, pero tenía tanto tiempo sin sexo que lo necesitaba, así que decidí comprar. Elegí uno que estaba en oferta, un consolador de cristal de 20 cm; había más opciones, pero quería salir de ahí lo más rápido posible. Pagué, lo metí en mi bolso y salí. Llegué a la parada de autobús y casualmente estaba ahí un amigo del barrio. Nos fuimos en el mismo colectivo y hablamos todo el camino, aunque yo sólo iba pensando en lo que llevaba conmigo.

Al llegar a casa me di una ducha y, mientras me vestía, solo pensaba en probarlo. En ropa interior, comencé a tocarme, acaricié mi clítoris suavemente, mis latidos aumentaban y fui sintiendo cómo mis panties se humedecían. Con un brazo alcancé mi bolso y saqué el consolador de su empaque completamente sellado. Leí las instrucciones, estaba listo para usar y hasta traía un pequeño lubricante para el primer uso.

Era una gran verga transparente, aplicando el lubricante, pude apreciar más detalles, como que tenía venas, y sonreí con él en mis manos, imaginando lo que me esperaba. Sin pensar en más, quité mis panties y coloqué el consolador entre los labios de mi vagina, sin introducirlo, sólo rozando de arriba a abajo.

El calor y la humedad siguieron en aumento y supe que era el momento de tenerlo dentro de mí. Introduje sólo la punta y poco a poco el resto. Con mis piernas abiertas en mi cama, observaba cómo entraba y salía, recordando lo rico que se sentía ser penetrada. Hacía mucho tiempo que mi vagina no recibía algo que no fueran mis dedos, supe en ese momento que necesitaba un hombre, pero por ahora solo podía disfrutar de este grandioso objeto.

Los penes que había probado antes no eran tan grandes, me pregunté si soportaría meterlo completo. Sentí un escalofrío en mi cuerpo, incluso mi ano reaccionó, así que lo metí todo. Era indescriptible el placer que sentí mientras iba más y más adentro de mi vagina. Los gemidos involuntarios llenaron mi habitación y a los pocos minutos me sentía en otra dimensión.

Podía sentir mis pezones endurecidos, aumenté la velocidad de mis manos, di vueltas en la cama, penetrándome acostada, de lado, con las piernas arriba, sintiendo el roce en las paredes de mi vagina. Tentativamente lo introduje hasta donde se pudiera, sintiendo este gran falo en mis entrañas.

Mi respiración ya estaba agitada, encontré el ritmo correcto: dentro, afuera, dentro, afuera, seguí repitiendo una y otra vez. La urgencia sexual de llegar al orgasmo me consumía, el exceso de humedad en mi vagina ya sonaba como pasos en un charco.

En ese momento llegó a mi mente la imagen de aquel amigo que me acompañó en el autobús. Nunca había pensado en él de esta manera, en realidad ni me parecía tan atractivo, pero tal vez al ser el último hombre con el que tuve interacción, mi cerebro hizo esa jugada.

"Vamos, cógeme", susurré entre gemidos. "Más duro, por favor", le suplicaba. "Lléname de semen, acaba dentro de mí", grité mientras lo sentía ahí encima de mí. Mi espalda se arqueaba sintiendo el clímax recorrer mi cuerpo. Entre gritos y gemidos, mi vagina palpitando, mojando mis sábanas, sentía como si mi amigo estuviera con su jugosa y cremosa verga explotando dentro de mí.

Cuando ya no podía más, lo saqué de mi vagina y lo chupé para probar mis deliciosos jugos. Oh por Dios, ningún hombre me había hecho sentir así, fue increíble. Esa semana lo usé varias veces, no podía esperar llegar cada noche a mi casa para jugar con él. Por supuesto le puse el nombre de mi amigo, él no tiene ni idea de que me coge cada vez que tengo ganas.


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