La Nave surcaba el vacío, lejos de todas las dimensiones conocidas. En su interior, las mentes más preparadas, indagaban acerca del ser. Se preguntaban que eran, que sentido tenía la existencia. No estaban allí físicamente, pero tenían la tecnología para proyectar su conciencia en cualquier espacio/tiempo del universo conocido.
—Maestra… —preguntó Mía, mirando un cielo sin estrellas— ¿Cómo es la inmortalidad? ¿Es como un sueño que no acaba?
La anciana sonrió con lentitud, sus ojos reflejaban siglos.
—Depende de la dirección que tomes. Los antiguos decían que la mente, al liberarse, entra en la quietud eterna, más allá del tiempo. Allí no hay deseo, ni cambio. Solo Ser.
—¿Y no hay memoria? —insistió Mía—. ¿No se recuerda lo vivido?
—No como tú conoces el recordar. Allí, todo es simultáneo. No hay "antes" ni "después". Como una luz que lo contiene todo y a la vez no dice nada.
La joven frunció el ceño, mientras la Nave exploraba aquel vacío sin fin.
—Entonces, ¿para qué vivir? ¿Para fundirse en algo sin forma? —se quejó la joven
—Esa fue la duda de muchos. Por eso, otros —como los que siguen al Dios de los hombres— piensan distinto. Creen que la inmortalidad es una continuación, no una disolución. Una identidad espiritual que camina hacia un encuentro, que recuerda, que siente. Y en ese sentir, el tiempo se vuelve eterno.
—¿Pero eso no es contradicción? ¿Un tiempo que no termina?
—Tal vez. Pero es un tiempo lleno, colmado. Una manifestacion de la conciencia que arde sin consumirse.
Mía bajó la vista.
—Entonces, ¿cuál es verdad?
—Ambas lo son —respondió la maestra—. La una te llama a trascender el yo, la otra a cumplirlo eternamente. Una es la paz de un océano sin olas; la otra, la danza del fuego que no se apaga.
—¿Y tú, cuál elegiste?
La maestra miró el vacío como si escuchara una voz antigua y dijo:
—A veces me disuelvo en la quietud. A veces, ardo en la llama. Quizá la inmortalidad no consista en escoger entre ser o devenir, sino en comprender que lo eterno no está en el tiempo o su ausencia, sino en la conciencia que los atraviesa y los sostiene.
Mía, reflexionó, mientras la Nave seguía atravesando el interior de aquel átomo llegado del espacio exterior en un pequeño meteorito.
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