AL SERVICIO DE SU TÍA
Por Pía Nalda
Enviado el 26/05/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Elena, joven de unos 35 años, acude a la oficina del paro cada mes para fichar; al tercero, la mujer que la atiende al otro lado de una mesa, de mediana edad, le pregunta si en realidad le interesa trabajar. Ella le contesta que sí, por supuesto. "Tengo una tía de 70 años que necesita una mujer todas las mañanas para las faenas de casa, media jornada. No está impedida, pero se cansa mucho", le informa. Tras unos segundos de duda, Elena le dice que le interesa. La oficinista le entrega una tarjeta de su tía con su nombre y domicilio y le dice que se presente en su casa la mañana del día siguiente. Ella la avisará. La tía de la oficinista la recibe con ilusión, se sienta en una butaca y la entrevista, no la invita a sentarse. Primero le pide que se dé una vuelta, quiere verla por delante y por detrás. Elena viste un pantalón vaquero ajustado y una camiseta. Le hace unas cuantas preguntas, le informa del sueldo que le pagará (muy generoso) y le da una advertencia: "Si cometes una falta o un error no te despediré ni te quitaré parte del sueldo, te castigaré con unos cuantos azotes propinados con una regla metálica que tengo al efecto". A Elena le sorprende mucho la advertencia y se queda pensativa. "¿Y eso?", termina por preguntarle. "Es un capricho, a mí me lo hacían mis padres y hacía efecto", explicó. "¿Dónde serán esos azotes?", preguntó. "Donde suelen ser, en el trasero", dijo la tía. "Bueno, no pasará nada", decidió Elena. A los cuatro días, Elena cometió el primer fallo, pues se le cayó el tarro hermético de cristal, se estrelló en el suelo de baldosas de la cocina y se derramó el café. Al ruido acudió la Tía, lentamente, apoyada en su muleta. "Recoge lo que puedas, pero ten cuidado con los trozos de vidrio, luego compras un paquete en el supermercado, y cuando termines vienes al salón para recibir el castigo", le dijo.
Media hora después se presentó en el salón. Le dijo la tía que colocara el pecho sobre la mesa y se bajara el pantalón. Vio Elena que enarbolaba una regla metálica en su diestra, de unos treinta centímetros. Obedeció, pero lo que no esperaba es que la tía le bajase la braga. "¿Qué hace?", preguntó. "Ya te avisé, cállate, tienes un buen culo, redondo, carnoso, a la regla le gustará enrojecerlo", le dijo. Le propinó unos diez reglazos con intensidad creciente, sin hacerle mucho daño, que le provocó alguna queja, y la piel se le enrojeció. "Ya está, vístete, no ha sido para tanto, ¿no?". Al día siguiente estuvo a punto de no regresar a la casa, pero fue porque necesitaba el dinero y no quiso dar importancia al dichoso capricho de la vieja. Pensó que no le daría más motivos para que le azotase. Unos días después mereció otro castigo por hacer mal la cama. "El castigo lo dejo para mañana, quiero que esté mi sobrina", le dijo. "Aguanto que me castigue usted, pero no quiero testigos, me avergüenzo", le dijo. "Pues será así, ella es de confianza". La sobrina de la oficina del paro llegó con un arnés en el bolso, un cinturón terminado en un largo y grueso pene que le quería meter por el culo. Así se lo dijo. "Ni hablar", dijo Elena. "No te dolerá, lo untaré en crema, casi no lo notarás, le dijo la oficinista, sólo tienes que abrirme bien el agujerito". Decidió probarlo y le gustó.
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