En el vagón del metro
Por Theo Sinclaire
Enviado el 05/06/2025, clasificado en Adultos / eróticos
1815 visitas
Volvía a casa después de un día agotador. El traqueteo del metro era casi hipnótico, y mi mente flotaba en pensamientos ajenos al mundo real. Estaba cansada, sí, pero había algo más... una inquietud suave que se arrastraba por mi cuerpo, una especie de necesidad que no lograba entender del todo. Hasta que lo vi.
Entró al vagón como si el mundo no lo tocara. Alto, con una mirada seria, pero con unos ojos tan intensos que, cuando se cruzaron con los míos, sentí que me desnudaban por dentro. Se sentó justo enfrente. No sé si fue casualidad, o si, como yo, había sentido ese magnetismo imposible de ignorar. Jugaba con la correa de su mochila, los dedos nerviosos, sin saber dónde apoyarlos. Evitaba mi mirada, y eso me excitó aún más. Había algo en su incomodidad que me despertaba un deseo perverso por provocarlo.
Cruzaba las piernas despacio, dejando que el cuero de mis botas crujiera apenas. Mis ojos no se apartaban de los suyos, y cuando nuestras miradas se encontraron, me mordí suavemente el labio inferior, dejando que ese gesto hablara por mí. Él desvió la mirada, y supe en ese momento que me pertenecía, aunque aún no lo supiera.
El vagón comenzó a vaciarse, estación tras estación. La intimidad crecía en cada parada. El zumbido metálico del tren y las ventanas empañadas por el frío nos envolvían como una cápsula donde todo era posible. Cuando finalmente quedamos solos, las fantasías dejaron de ser imágenes vagas y comenzaron a tomar forma concreta en mi mente.
¿Y si me levantaba, caminaba hasta él, lo miraba a los ojos y le decía: "¿Te gusto? ¿Es por eso que no puedes sostener mi mirada?"? Me imaginé rozando sus labios con los míos, sintiendo su respiración agitada, y el calor empezando a brotar de nuestros cuerpos.
Y entonces lo hice.
Me levanté con lentitud, como si cada paso fuera una danza, y me senté a su lado. Nuestros muslos se rozaban apenas. Lo miré, y con voz baja pero cargada de intención, le dije:
—¿Por qué me evitas la mirada? ¿No soy lo suficientemente linda para tus ojos?
Tragó saliva. Lo vi tensarse, como si todo su cuerpo se preparara para algo que no entendía del todo. Entonces me respondió, con una voz profunda, un poco insegura:
—Perdón... Es que tu mirada es intensa. Me pone nervioso. Siento como si me desnudaras.
Sonreí, y sin pedir permiso, apoyé mis pechos suavemente en su hombro mientras me acercaba a su oído.
—Entonces déjame hacerlo bien.
Su mano temblorosa se posó en mi cintura. El contacto fue torpe al principio, pero sincero. Noté cómo su confianza crecía con cada roce. Sus dedos bajaron por mi cadera, acariciándome con una necesidad contenida. Lo miré a los ojos y le susurré:
—Con este calor... ya no sé si es invierno allá afuera.
Me incliné hacia él y lo besé. Nuestros labios se encontraron con hambre. Su aliento era cálido y sabía a deseo contenido por demasiado tiempo. Mis dedos acariciaron su cuello, su pecho, bajando lentamente mientras nuestras lenguas bailaban una coreografía desesperada.
Su mano bajó hasta mi muslo, apretándolo con fuerza, mientras nuestros cuerpos se acercaban más. La tela de mi pantalón ya no parecía suficiente barrera para todo lo que deseábamos. Cuando se separaron nuestros labios, una fina hebra de saliva quedó suspendida entre nosotros, un hilo invisible de todo lo que aún no habíamos dicho.
—¿Puedo tocarte más? —susurró con voz grave, sus dedos ya rozando el borde de mi pantalón.
—Solo si no te detienes hasta que me haga temblar —le dije mientras mordía suavemente su lóbulo.
Su mano se deslizó bajo mi ropa, y sentí cómo mis bragas estaban empapadas. Me estremecí al sentir sus dedos explorarme, lentos al principio, como si dibujara con precisión cada rincón de mi sexo. Gemí suavemente contra su cuello, sin importar si alguien entraba en cualquier momento.
—Estás tan mojada... —murmuró.
—Y tú tan duro... —le respondí mientras mi mano bajaba por su abdomen hasta encontrar su erección, palpitante y ansiosa, prisionera aún de sus pantalones.
Lo acaricié por encima de la tela y sentí cómo se tensaba. Su gemido escapó de sus labios, apenas audible, como una nota grave contenida por pudor. Lo liberé lentamente, sintiendo su dureza en mi mano, y en ese instante me olvidé del mundo.
Lo deseaba ahí mismo, encima de mí, dentro de mí. Mis caderas se movían al ritmo de sus dedos, que entraban y salían de mí con ritmo firme. Yo lo apretaba con fuerza, lo masturbaba con urgencia, compartiendo jadeos en ese pequeño rincón del mundo suspendido en el tiempo.
Pero entonces, el tren se detuvo. Las puertas se abrieron con un chirrido cruel. Gente comenzó a entrar. Él y yo nos miramos, agitados, con las mejillas encendidas y los cuerpos aún entrelazados por el deseo inconcluso. Rápidamente nos arreglamos, nuestras manos regresaron a donde debían, pero el fuego seguía allí, latiendo entre nosotros.
Me levanté sin decir palabra. Bajé en silencio, con las piernas temblando y el corazón a mil. Caminé por el andén como si el suelo no existiera. Al llegar a casa, me dejé caer en la cama, cerré los ojos y repetí en mi cabeza esa escena una y otra vez.
¿Lo volveré a ver?
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales