Recientemente he publicado uno de tantos relatos, denunciando el genocidio de los gazatíes. Yo creía que estaba claro el exterminio, pero hay quien justifica la matanza diciendo que los árabes son terroristas, que son amigos de Irán, que son los peores asesinos y, además, que su religión es "antihumana".
En este contexto, yo estaba defendiendo a las mujeres y a los niños asesinados, y alguien salió a criticarme diciendo que yo defendía a los terroristas. Es decir, que si criticas la matanza que practica Israel, automáticamente eres pro-árabe y simpatizante de Hamás.
Estas son afirmaciones en las que no hay ningún elemento de verdad, porque engañan al omitir o distorsionar información importante, creando así una percepción falsa. Como si el mundo solo pudiera verse en blanco y negro.
Me sucedió también que, en relatos de crítica hacia la derecha, se me acusó de bolivariano y comunista. Es decir, me comparan con un régimen que yo mismo he criticado hasta el más mínimo detalle, como queriendo decir que tú eres igual que ellos, simplemente porque criticas a la derecha. Como si de la izquierda no pudiera salir nunca nada bueno. El pensamiento binario, una vez más, empobreciendo el debate.
También he escrito relatos defendiendo a las mujeres y señalando el machismo sistémico de la sociedad. El resultado de los comentarios: nefastos y evidentemente machistas. Se repite el mismo patrón. No importa lo que digas, si tocas las fibras del poder o de los prejuicios instalados, serás etiquetado, atacado y deformado.
Son comentarios patéticos… pero reveladores. No por su contenido, que muchas veces es pobre, sino porque dejan al descubierto algo más profundo: el miedo visceral a pensar por cuenta propia. Hay quien prefiere el insulto automático a la duda, el encasillamiento ideológico a la complejidad del mundo.
Y ahí estás tú, escribiendo. No porque tengas todas las respuestas, sino porque sabes que callar es convertirse en cómplice. Escribir se vuelve entonces un acto de resistencia, una manera de poner en palabras lo que muchos sienten pero no saben cómo expresar o no se atreven.
A veces, defender la vida, la dignidad o la justicia se convierte en un acto subversivo. Y eso habla más de la sociedad en la que vivimos que de quien alza la voz. Porque si denunciar un genocidio te convierte en enemigo, entonces el problema no eres tú. El problema es la normalización de la barbarie.
Pero sigues. Aunque duela, aunque escuezan los ataques, sigues escribiendo. Porque aún hay quien escucha, quien piensa, quien cambia. Porque las palabras, cuando son honestas, siempre encuentran su camino.
Y porque la dignidad —como la verdad— puede ser incómoda, pero jamás debería ser silenciada.
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