"Donde todo comenzó" La fantasía que desató el fuego en mí.
Por Ceniza y Seda
Enviado el 09/06/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Esta es la primera vez que me atrevo a contar esta anécdota. Siempre he sido muy tímida en lo que respecta al sexo, demasiado cohibida, aunque sé que dentro de mí arde un fuego que he tenido que mantener bajo control. Lo sé porque, a lo largo de mi juventud, siempre tuve fantasías que moría por hacer realidad.
Así que hoy les contaré la primera que logré cumplir.
Como ya mencioné, soy una mujer tímida, y creo que eso siempre me ha dado un aire especial a los ojos de los hombres, sobre todo de los que son mayores que yo. Soy chaparrita, con muslos firmes y caderas generosas, algo muy característico de las mujeres latinas. En aquel tiempo trabajaba en el negocio familiar para ayudarme con los gastos de la universidad. Estaba apenas entrando a mis 20´s y la fiesta, las reuniones y la diversión estaban a la orden del día.
Una tarde que estaba ya por cerrar la tienda, llegó un hombre. Era la primera vez que lo veía por ahí; se notaba que no era del vecindario. No tendría más de 42 años y vestía un pantalón algo formal, pero con la camisa un poco desabotonada. Se notaba que hacía algo de ejercicio, pues se le marcaban los pectorales y… sus pezones. Tengo que confesar que los pezones de los hombres me prenden demasiado; es algo que siempre noto en ellos.
No había nadie más ahí, así que me acerqué para atenderlo. Él notó enseguida lo mucho que me había atraído desde el primer momento. Me miró con una sonrisa pícara mientras se acercaba al mostrador, sosteniéndome la mirada un segundo más de lo necesario.
—Parece que llegué justo antes de que cerraras… —dijo con voz grave y pausada.
—Sí… apenas iba a cerrar —respondí, sintiendo que mis mejillas se sonrojaban sin poder evitarlo.
Él inclinó ligeramente la cabeza, con una curiosidad que me hizo temblar.
—¿Te molesta si me tardo un poco? —preguntó, bajando la voz apenas lo suficiente para que sonara íntimo.
—No… para nada —dije, jugando nerviosamente con mis dedos—. ¿Buscabas algo en particular?
Se acercó un paso más, tan cerca que podía oler un toque de su loción amaderada.
—Creo que encontré justo lo que estaba buscando —susurró, dejando que sus ojos bajaran a mis labios antes de volver a mirarme a los ojos.
Sentí un calor que me subía desde el cuello hasta las mejillas. La forma en que me miraba, tan segura y tan llena de deseo contenido, me hizo tragar saliva.
—¿Y qué es lo que buscabas exactamente? —le pregunté, mi voz apenas un susurro.
Él sonrió, esa sonrisa de quien sabe exactamente el efecto que tiene en ti.
—Algo… inesperado —contestó, dejando que la palabra flotara en el aire como una promesa.
Fue entonces cuando algo me recorrió la espalda: la certeza de que no era casualidad que estuviera ahí. Su presencia tenía un aire casi hipnótico, como si supiera exactamente qué botones presionar para que yo misma me ofreciera.
Sin apartar la vista de sus ojos, llevé la mano hasta el borde de mi falda. Con un gesto casi imperceptible, me la subí apenas un poco. Él no se movió, pero la intensidad de su mirada me hizo temblar.
Tomé mis bragas con los dedos y, con un atrevimiento que me sorprendió, me las quité con un suave movimiento. Él no dijo nada. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían devorar cada detalle.
Cuando se las entregué, su mano rozó la mía con una suavidad deliberada, y sus labios esbozaron una sonrisa casi imperceptible. Se las llevó a la nariz y las olió despacio, como si ya supiera a qué sabía mi deseo.
Sacó una tarjeta de su bolsillo y la dejó sobre el mostrador, sus dedos rozándome apenas un instante más de lo necesario.
—Llámame si quieres saber qué más he notado de ti… —dijo, su voz un susurro cargado de promesas.
Y así, sin más, salió por la puerta. Me quedé ahí, temblando y con un calor que me quemaba por dentro, preguntándome si acaso ese hombre ya me había visto mucho antes… y si, tal vez, yo misma lo había invitado sin saberlo.
La tarjeta seguía ahí, esperando ser levantada. Mi cuerpo también. Y, aunque no lo sabía en ese momento, aquella entrega inesperada era solo el principio.
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