Una mansión que acoge infinidad de orgías (18) (2ª parte)

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Sentada en un sofá se encuentra una de las accionistas de la mansión. Se llama doña Raquel y es una conocida marquesa de la comarca. Es una mujer de 73 años, rubia, delgada y polioperada. Sus mejillas, labios y pómulos están tan retocados que parece una muñeca hinchable, de las caras. También sus pechos recibieron unos importantes y profundos cambios ya que empitonan sensualmente hacia el techo. Tiene a su servicio a tres maromos y les va diciendo:

--Las mujeres de derechas vamos de mosquitas muertas, de mojigatas, pero en verdad somos más putas que las gallinas. Las chicas de izquierdas y feministas llevan la fama, pero las mujeres conservadoras (las marquesas, duquesas, burguesas y un largo etcétera de santurronas y beatas), somos más golfas y cochinas que cualquier putón verbenero o poligonero con el que podáis encontraros.

Esto decía doña Raquel, mientras sus putos le lamen el cuerpo, centímetro a centímetro. Uno se dedica a los pies, pantorrillas y muslos; otro le lame cintura, ombligo, tetas, manos, brazos y sobacos; y el tercero le besa cuello, orejas, labios, nariz, ojos y frente. La marquesa se frota el higo con suavidad y sigue diciendo:

--Me encanta tener a buenos putos barriobajeros a mi disposición. Sois unos asquerosos que por un poco de dinero hacéis cualquier cosa que se os ordene y eso me pone muy cachonda. Mientras el más macho de los tres me folla fuerte, los dos descartados os dedicaréis a lamerme el culo. La raja y el ojete los quiero muy brillantes. También me chupetearéis los dedos y las plantas de los pies.

Dentro de diez minutos desvelaré quién de los tres será el macho dominante escogido por mí y quienes harán de escobillas lamepies y lameculos.

Los chicos se aplican en sus faenas. Quieren impresionar a su dueña con sus habilidades lingüísticas, para hacer méritos y ser escogidos como el macho dominante.

Doña Raquel se ríe a mandíbula abierta al comprobar en sus carnes (nunca mejor dicho), el esfuerzo y la dedicación que ponen sus putos por ser los elegidos y no acabar de “escobillas”.

Por fin, la septuagenaria, desvela el misterio. Escoge al que le estaba lamiendo la cara, como macho dominante. A los que le lamían los pies y los sobacos los pone de “escobillas”, para que entre los dos (a un tiempo), le laman la raja del culo y el ojete.

A doña Raquel le apetece la postura de pie. Se engancha a su hombre por el cuello y por la cintura, con los brazos y las piernas, y los mamporreros le van enchufando la polla de su amigo en el coño.

El macho dominante se trajina a la vieja polioperada a buen ritmo. La yergue y la baja con sus brazos clavándole la polla hasta el fondo. La marquesa septuagenaria jadea y resopla como una veinteañera. Los “escobillas” les hacen cosquillas, con sus lenguas, en los ojetes de la pareja. El chocho de la marquesa y los huevos y chorizo del macho dominante también quedan bien chupados.

Cuando el gigoló se corre, empuja con fuerza la verga hacia bien adentro del chumino de la accionista, para que el esperma llegue con facilidad al útero. A los pocos minutos, la verga del chaval se desacopla de la vagina, al volverse flácida. Los mamporreros lamen y chupan rabo y chumino, buscando recoger con sus lenguas y bocas los restos de jugos vaginales y lechada de la susodicha pareja. También lamen los cuatro muslos de los amantes, algunos restos de fluidos, en forma de regueros, se van escurriendo por ellos.

Julián tiene la polla a punto de caramelo, babea algo de agüilla. Dentro de un cuarto de hora entrará Marisol por la puerta, para relevarlo en el servicio. El guarda le propondrá que le exprima, con los labios, el rabo, para que no se desperdicie la simiente y la aproveche como parte del desayuno. A ver qué opina Marisol.


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