El Juego de Ser

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Cuando Mehnas abrió los ojos, no recordaba nada. Ni un nombre, ni un rostro, ni una historia. Solo un susurro, suave y lejano, como las notas de una canción olvidada. El mundo que le rodeaba era una combinación de colores, sensaciones y emociones nuevas. Había nacido de nuevo, en otra vida. Pero esa no era la primera vez, ni la segunda, ni siquiera la décima.

En un plano más allá del tiempo y del espacio, donde el concepto de "existencia" era solo una forma de juego, Mehnas era algo distinto. No tenía forma ni límites. Era una mente pura, un ente mental como tantos otros, surgido de la vacuidad eterna. En esa conciencia, no existía el dolor, ni el miedo, ni la muerte. Tampoco la sorpresa, el deseo, la lucha, ni el amor. Todo era uno, todo era inmortal. Y por eso, todo resultaba insoportablemente aburrido.

Fue "allí" donde surgió el Juego: un sistema utilizado por las entidades para competir, para experimentar. Mundos enteros formados con reglas complejas, cuerpos frágiles, emociones volátiles y la posibilidad siempre presente de perderlo todo. El universo, con sus galaxias, sus tragedias y sus triunfos, no era más que una inmensa simulación compartida. Y la vida humana, uno de sus niveles más desafiantes.

Cada vez que un ente como Mehnas decidía reencarnar, elegía con cuidado las condiciones: su especie, su entorno, sus dificultades. Algunos jugaban como guerreros; otros, como víctimas. Algunos lo hacían por amor, otros por poder y otros simplemente por sentir. Porque sentir —dolor, miedo, alegría, esperanza— era lo único que no existía en su plano original.

Esta vez, Mehnas había elegido una vida sencilla, pero intensa: nacería humano, viviría en una época convulsa, conocería la pérdida y el amor, tendría un hijo y moriría joven. Al final, su conciencia regresaría al origen, llevando consigo cada recuerdo, cada aprendizaje, como una semilla de crecimiento.

Y así fue. Cuando su cuerpo mortal exhaló el último aliento, Mehnas despertó. No en una cama, ni en un cielo luminoso, sino en su verdadera forma: sin cuerpo, sin ojos, sin voz. Lo recibió una luz suave, hecha de miles de otras conciencias. Algunas estaban comenzando nuevos juegos; otras, contemplaban sus diferentes vidas, sus logros, sus fracasos.

Él miró con la mente los suyos. Había llorado por amor, había reído por un hijo, había sentido la traición y el perdón. Todo eso, ahora, era suyo. Una nueva capa en su alma eterna.

Sintió que la opción aparecía frente a él: 

¿Volver a nacer en el juego y seleccionar una nueva experiencia?

No lo dudó. Ninguna conciencia lo hacía. El tedio era horrible. La eternidad, insoportable. Solo el juego lo salvaba.

Y así, Mehnas eligió otra vida. Esta vez, como una loba salvaje, nacida en un bosque antiguo, en un mundo aún más primitivo. Cerró los ojos mentales y esperó.

Pronto, sentiría frío. Hambre. La necesidad de correr, de cazar, de sobrevivir.

Pronto, volvería a estar vivo.

 

 


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