—Aniston —dijo la voz autoritaria del oficial de inmigración.
El soldado se levantó y se acercó masticando el último bocado del plato.
—Sí, mi sargento.
—Tenemos el visto bueno de los operadores de datos. El hombre es positivo.
El otro notó un escalofrío en las vértebras lumbares y el bolo alimenticio de paralizó en la boca de su estómago. Se quedó a la espera de la orden fatídica.
—Procedan. El equipo médico ya viene hacia aquí.
—Sí, señor.
Salió de la pequeña sala en cuyo techo una bombilla de encendía y aiagaba trémulamente «Aún no la han cambiado», se dijo entre dientes.
—¡Frondisi, Morgan..! —gritó ya en el pasillo. Inmediatamente se escucharon pasos metálicos—Vamos al calabozo. Tenemos sesión —explicó rezongando a los otros dos que llegaron de mala gana. Coged las pistolas...
El calabozo estaba frío y húmedo. Sentado en un roído banco de encontraba un hombre mal vestido, con barba de varios días, algo desnutrido y con cara de asustado.
La puerta se abrió. Los dos soldados entraron y el oficial se quedó en la puerta con mirada inexpresiva. Cómo marcaba el protocolo preguntó:
—¿Joaquín González?
El prisionero se levantó alentando ilusiones; era inocente de cualquier cargo...;pero las leyes de inmigración...
—Sí, yo soy —respondió con cierta cautela.
«Éste es el "conejo"», se dijo el sargento Aniston. «No parece el más adecuado..., claro que sí los expertos de datos lo han señalado...
Los otros dos se miraron mutuamente, dirigieron sendas miradas al oficial, que hizo una seña casi imperceptible y salió de nuevo al pasillo, mientras sus subordinados cumplían la "misión".
Los dos disparos resonaron con un largo eco en el pequeño recinto del centro de detenciones. A los pocos minutos el equipo médico, día hombres y una mujer perfectamente embatados, con gafas y mascarillas que hacían irreconocibles sus rostros, entraron con varios maletines e instrumental de operaciones. El cuerpo de González estaba tendido desnudo sobre el banco. Los soldados salieron por el pasillo hacia el lugar del cual llegaron a la orden de Aniston.
—No parecía gran cosa, ¿verdad, Charly?
—Si los operadores de datos han hecho bien su trabajo, es el adecuado.
—¿Y el cuerpo...?
—Como los otros: desaparecido —respondió su compañero, cerrando el broche de la pistolera.
Sin más palabras se perdieron en un recodo del pasillo tenuemente iluminado.
Roger Aniston entró en el despacho del oficial de inmigración.
—Misión cumplida —dijo escuetamente—. Los médicos están procediendo a la extirpación.
El oficial puso descuidadamente los pies sobre la mesa y asintió.
—Por hoy, no hay más. El resto pueden ser deportados.
—¿Qué edad tiene el receptor? —inquirió en confianza el sargento.
El oficial se rascó el mentón.
—103
Los ojos del militar se abrieron desmesuradamente.
—No sabía que a esa edad...
—Y no es la primera vez... —contestó el oficial— Mientras tengan dinero...
El otro emitió un sonoro respingo.
—Este mismo ya ha tenido otros "donantes". Es la forma en que llegan a los ciento veinte o más.
El sargento se sentó frente a él y cruzó los dedos de las manos.
—Ahora el "conejo" le traspasará el hígado, los riñones y el corazón. Un trabajo bien hecho. El helicóptero espera los órganos y los llevará al Saint Patrick, en Maryland —hizo una pausa—. La semana que viene tenemos tres "pedidos"
—Yo —se apresuró a decir el sargento—, estoy de vacaciones.
El otro sonrió y le dijo:
—No te preocupes, Roger, ya te han ingresado la "cuota". Esto va viento en popa desde que se aprobaron las nuevas leyes.
La luz volvió va temblar y los dos hombres se sumieron en sus propios asuntos, sin pensar en nada más.
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