— ¿Entramos en esta cueva?
— Las cuevas nunca me gustaron, pero esta tiene algo especial. No sé. Malo será que habiten osos hambrientos y nos devoren. Podremos entrar, si quitamos todas estas telarañas.
Allí estaban Carlos y Marta, en la provincia de Madrid, en el año 2025 de este siglo XXI, con aquel sol radiante, dispuestos a bajar por aquella rampa. Daba un poco de miedo, la verdad.
Las pelis que habían visto sobre temas similares no siempre tenían un buen final.
Eran novios desde hacía 2 meses. Los mejores meses de su vida, según Marta. Carlos prefería no pronunciarse al respecto. Él era más de los mundiales de fútbol. Esos sí que eran meses fantásticos, de locura.
Finalmente se decidieron y entraron en la cueva. No se veía un carajo. Encendieron las linternas del móvil. Ella, un poco preocupada, puso antes un whatsapp a su amiga Conchita y, textualmente, escribió:
“Estoy entrando con Carlos en una cueva profunda, si no te llamo dentro de una hora, avisa por favor al 112. Te envío localización. Por cierto, que sepas que tu marido te engaña con la de la panadería y por esa razón coméis ahora tantos bollitos. Tenía que decírtelo, lo siento”
Y se quedó tan pancha.
Un pequeño riachuelo discurría por el suelo de la cueva. Una cueva más bien húmeda. Hacía fresquito. Marta se subió más, si cabe, los calcetines, mientras exclamaba:
? Deberíamos haber ido a Benidorm este finde. Aquí hace una rasca que te cagas.
No se oía nada, ni un rumor, ni una brisa. Silencio sepulcral. Siguieron andando mientras él maldecía no tener cobertura. Había apostado al Racing en BET 365.
De momento caminaban, aunque en algún tramo iban agachados. El aprovechó para darle una palmadita en el culo, lo que ella agradeció enormemente. Fue a besarle, pero se tragó una telaraña. Comenzaba a detestar las cuevas.
De repente, como a lo lejos, escucharon algo. Marta cogió de la mano a Carlos. Él se cambió de mano el móvil con la linterna. Se oía una voz nítida, que repetía:
— “Oink, oink, aserejé. Esto lo tenéis que ver”
— ¿Has oído, Marta? Viene de allí— repuso Carlos con cierto temblor.
— Sí, lo he escuchado. No me cabe duda de que algo ha sonado por ahí— Y Marta señaló una dirección. — Apenas lo he entendido— añadió.
La cueva, cada vez más fría, animaba a no quedarse parados, había que seguir adelante. Volvieron a escuchar aquella voz:
— “Oink, oink, aserejé. Esto lo tenéis que ver”.
— No cabe duda, viene de allí— Aseguró Carlos, cogiendo más fuerte de la mano de Marta, e indicando una nueva dirección.
Carlos, que trabajaba en una funeraria, tenía constancia de que los fenómenos paranormales estaban a la orden del día. Creía firmemente en ellos. Y en cuevas oscuras, más todavía. Mientras se quitaba una telaraña del ojo exclamó.
— Qué misterio. Desde la víspera del “efecto 2000” no sentía nada parecido. Vamos a averiguar qué sucede aquí.
Así que comenzaron a andar en la dirección adecuada y su sorpresa fue mayúscula cuando vieron un cartelito, muy mono, en el que ponía muy claramente
— “Aserejé, aserejé, ya te queda poco para ver”.
— Oye Carlos, ¿nos volvemos? — Esto me supera. inquirió Marta.
— Sigamos— repuso Carlos. Tengo una terrible duda... Antes decían “oink, oink” y ahora ya no lo dicen. Este detalle me intriga. Puede que nos llevemos una grata sorpresa con todo esto.
— Grata, grata...no sé, el “oink, oink” me espeluznaba— repuso Marta. — Tal vez sea mejor dejarlo.
— Vamos, seamos valientes. Puede que estemos ante un descubrimiento sensacional, tanto o más como el que inventó esos tapones de plástico que no se pueden separar de la botella— dijo Carlos. Llegaremos hasta el fin. Lo juro por mis muertos
? ¿Tus muertos?. Como se nota que curras en una funeraria?replicó Marta
— Bueno, sigamos?añadió Carlos.
—Pero cógeme más fuerte de la mano—le ordenó Marta, como quien no quiere la cosa.
De repente, y aunque parezca imposible, sonó el móvil de Marta. Era imposible, no había cobertura, pero sonó. Entraba un whatsapp de su amiga Conchita.
“Eres idiota. Mi marido no me engaña con la panadera. Va allí sólo a comprar el pan y algún día palmeritas. Ojalá te mueras, cotilla, que eres una cotilla”
? ¿Sucede algo? ? quiso saber Carlos
? No nada, eran los de Mutua Madrileña que me preguntan si “yo también me voy a la Mutua” ? contestó Marta.
? ¡Qué barbaridad! Ni las rocas ni las cuevas detienen la propaganda?exclamó Carlos
Siguieron andando y, al fondo del todo, pudieron verlo: 2 rocas muy iluminadas, un stand con 2 azafatas muy monas y un cerdo que paseaba tranquilamente por allí. Entonces las azafatas fueron al grano, y comenzaron a cantar:
“Aserejé, aserejé ya es primavera en El Corte Inglés...Aserejé, aserejé ya es primavera en El Corte Inglés...
Sorprendido, Carlos le comentó a Marta:
?Esto es terrible. Esta gente ya no sabe qué inventar para hacer publicidad y vender.
Pero le carcomía una pequeña duda, así que le preguntó a las bellas azafatas:
? Todo esto es muy extraño...¿Y el cerdito, qué tiene que ver en todo este montaje?
A lo que una de las azafatas le respondió, acariciando al cerdito:
? Muy sencillo. Si van 5 o más personas a comprar a nuestro centro de Arapiles, también se pueden llevar el cerdo.
Y por esta razón, Carlos y Marta, Conchita, su marido, la panadera y también el cerdito se fueron aquella primavera, a comprar al Corte Ingles, y… fueron felices comiendo palmeritas
Moraleja: Ve al Corte Inglés antes de que finalice la primavera.
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