El curso de la vida

En un rincón remoto, un río joven emergió tímido, como mano que buscaba el mar. Cada curva era un dedo que aprendía a tocar la paciencia. Al principio, quiso arremeter con fuerza, pero el viejo roble, testigo de siglos, le enseñó a deslizarse,  a buscar el silencio entre las piedras.

Así, la mano del río fue tocando el mundo, disfrutando cada paso, serpenteando dificultades, escuchando el canto de los pájaros y abrazando valles hasta llegar al mar.

Al unirse a él, entendió que su fuerza no estaba en la rapidez, sino en la constancia y la humildad de su viaje.