El despertar de Helen

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Párrafo Uno

Helen se había ido sin irse. Su mente, antaño tan viva, se había desvanecido como humo en el viento. Meses atrás comenzó a olvidarlo todo: nombres, lugares, incluso sus manos, que antes moldeaban la arcilla con destreza y daban vida al papel con el trazo firme del carboncillo. La cerámica, el dibujo, la memoria misma… se borraron como si nunca hubieran existido.

Vivía en silencio, en un rincón sin tiempo, ausente incluso de sí misma.

Pero un día, sin aviso, abrió los ojos y nos miró. No con la mirada perdida de antes, sino con una claridad tan intensa que nos estremeció.

—¿Cómo está mamá? ¿Y Carlos? ¿Siguen viniendo los domingos? —preguntó, como si nada hubiera pasado.

La casa estalló en alegría. La noticia se esparció como fuego en un monte seco: Helen había vuelto. Contra toda lógica médica, su memoria regresó, intacta.

Entonces comenzó a hablar. No solo de recuerdos pasados, sino de otros lugares, de existencias diferentes, de una calle dorada que cruzaban las almas al partir. Decía haber estado allí, entre figuras de luz que le revelaron secretos antiguos, de una humanidad que no es de aquí ni de ahora. Mencionaba templos de sonido, puertas de fuego y un juicio sin jueces, donde uno se enfrenta solo a su verdad.

—No morimos —decía—, solo nos integramos un tiempo en la gran conciencia, y luego volvemos… para seguir aprendiendo.

Muchos pensaban que eran desvaríos, secuelas quizá del mismo mal que la había devorado. Pero otros… otros sentíamos algo más. Porque cuando Helen hablaba, el aire parecía detenerse, y por un instante, todos recordábamos algo olvidado.

Algo muy antiguo... Algo verdadero...

 

Párrafo Dos

Después del asombro inicial, Helen comenzó a cambiar. Ya no hablaba como antes, sino con un tono calmo, casi ritual. Sus palabras parecían salir de algún lugar más allá del pensamiento, como si recordara cosas que no eran suyas… o que, tal vez, eran de todos.

—Estuve en el Salón de los Registros —dijo una mañana—. Es real. El lugar donde se guarda la memoria de cada alma, lo que fue y lo que será. Los antiguos lo llamaban los Archivos Akáshicos.

Contó que allí, seres de luz —los “Vigilantes de la Rueda"— la guiaron. No tenían rostro, pero transmitían compasión absoluta. Le mostraron cómo el alma elige cada vida, cada obstáculo, para pulirse como una piedra que busca reflejar la luz original.

Hablaba de Lemuria, de un tiempo antes del tiempo, donde los humanos aún recordaban que venían de las estrellas. Decía que en aquellos días el corazón y la mente estaban unidos, y que el dolor del mundo comenzó cuando se separaron.

Un día habló de los ciclos.

—Cada uno de nosotros está atrapado en la Rueda —explicó—, no del castigo, sino del aprendizaje. Nacer, olvidar, recordar, morir… y volver. Hasta que uno despierta.

Sus palabras no eran sermones. No pedía que creyéramos. Simplemente sabía. Y cuando nos miraba, teníamos la inquietante sensación de que veía más de lo que mostraba.

Unos comenzaron a anotar todo. Otros sollozaban en silencio, sin saber por qué.

—No tengáis miedo. Todos volveremos a casa. Solo recordad: el olvido no es el final… es el velo.

Y con eso, Helen se durmió de nuevo. Esta vez, con una sonrisa que parecía no de aquí, sino de allá.

 

Párrafo Tres

La ciencia no supo qué decir. Los médicos revisaron escáneres, registros, compararon diagnósticos: Alzheimer avanzado no remite, no así. Pero Helen había vuelto, lúcida, profunda, como si una conciencia mayor hubiese ocupado su cuerpo por unos días.

Los que antes la cuidaban ahora la escuchaban. Y tomaban nota.

Entre susurros y pausas, Helen comenzó a describir los planos que había cruzado. No como teorías, sino como alguien que los había vivido.

—Después del cuerpo —decía—, viene el Plano de las Sombras Ligeras. Es una zona de tránsito, parecida a los sueños. Allí uno se desprende del ego y de la historia personal. No hay relojes. Solo paisajes formados por la mente del que acaba de partir.

Luego habló del Plano del Espejo. Allí, uno ve toda su vida reflejada en otros: el dolor causado, la alegría ofrecida. No hay castigo, solo comprensión. Decía que era hermoso… y duro.

—Más allá —continuó—, está el Plano del Recuerdo. Allí nos reunimos con las almas que amamos. Todo se revela: que nadie muere solo, que nadie nace al azar. Ahí comprendí que el universo es una sola conciencia jugando a olvidarse para poder volver a encontrarse.

Muchos de los que la oían comenzaron a cambiar. Un enfermero dejó su trabajo y se fue a estudiar filosofía hermética. Una nieta empezó a meditar todos los días frente al cuaderno donde había escrito todo lo que su abuela dijo.

Helen calló al cabo de una semana. No volvió a hablar. No volvió a mirar.

Pero dejó algo. No solo ideas: una certeza. Como si al tocar lo invisible hubiera abierto una rendija por donde se colaba una luz antigua… y muy real.

Desde entonces, muchos aseguran que, en sueños, la vuelven a ver.


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