El despertar de Helen (2)
Por Luis R.
Enviado el 26/06/2025, clasificado en Ciencia ficción
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Párrafo Cuatro
No fue un sueño, pero tampoco era vigilia. La nieta de Helen, Clara, había empezado a tener experiencias extrañas desde que su abuela calló definitivamente. Al cerrar los ojos en meditación, sentía que algo la llamaba. Una noche, respondió.
Sintió cómo su conciencia se despegaba, suave como una hoja en el viento. Y entonces descendió, o tal vez ascendió, hacia lo que Helen había nombrado: los Planos.
El Plano de las Sombras Ligeras fue el primero. Un paisaje cambiante, formado por pensamientos y recuerdos fragmentados de miles de almas. Era como caminar dentro de la memoria colectiva del mundo. Figuras sin rostro se deslizaban sin rumbo, anhelando comprender dónde estaban. Clara comprendió que allí, el tiempo no curaba.
Un ser de luz tenue se le acercó. No habló. Pero ella entendió.
—Estás recordando lo que ya sabías.
Pasaron a través de una bruma densa, donde los pensamientos se volvían visibles.
El Plano del Espejo se reveló como un templo sin paredes. Allí, Clara vio su vida no como líneas de hechos, sino como una red de consecuencias. Sintió el dolor que había causado con palabras que olvidó, y la paz que había sembrado sin saberlo. Lloró, no de culpa, sino de reconocimiento.
El Plano del Recuerdo fue el más dulce. Allí estaban todos: su abuelo, amigos perdidos, incluso aquellos que aún vivían, pero dormían en la materia. Había una música que no venía de instrumentos. El amor no era emoción, sino sustancia. Todo era verdad. Todo era Uno.
Antes de regresar, escuchó una voz —la de Helen, o algo más alto— decir:
—El velo se corre por dentro, no por fuera. Y cada uno despierta cuando el corazón está listo para sostener la luz.
Clara despertó. Y supo que el mundo no era como le habían enseñado.
Párrafo Cinco
Clara ya no era la misma. Desde aquella experiencia, todo tenía otro peso, otra luz. Caminaba por el mundo con los ojos abiertos y el alma despierta. Pero algo dentro de ella sabía: aún no era el final del viaje.
Una noche, sin necesidad de meditación ni sueño, fue llamada de nuevo.
El tránsito fue instantáneo. No hubo paisajes ni símbolos. Solo una expansión.
Entonces, llegó.
El Plano de la Reintegración no era un lugar, sino un estado. Allí, Clara no tenía cuerpo, ni historia, ni nombre. Era conciencia pura, pero con un leve destello de individualidad: la última hebra que la hacía “Clara”.
Allí vio, sin ojos, que cada alma era una chispa desprendida de la Luz original. Comprendió que el universo no estaba afuera, sino dentro de esa Luz. Y que cada vida era un pulso del gran latido divino, una gota en la marea eterna del Ser.
No había forma. No había diferencia entre observar y ser. Clara se recordó como parte del Todo. Y el Todo la reconoció.
Y aún más allá…
Más allá del Plano de Reintegración, hay algo que ni Helen se atrevió a nombrar. Clara lo sintió: una estado que parecía imposible. Un reino donde cesa toda dualidad, donde incluso la conciencia se disuelve en la Fuente. Allí no hay memoria, ni yo, ni viaje.
Solo un Silencio absoluto.
Una Vacuidad que no es vacío, sino plenitud sin límite. Ni luz ni sombra. Ni tiempo ni eternidad. Solo el principio sin principio.
Y cuando Clara fue a cruzar… comprendió que no era su momento.
Despertó en su cama, colmada de conocimientos que no parecían ser suyos. Pero ahora lo sabía: la muerte no es el fin. Es apenas una puerta.
Y más allá de todas las puertas… espera el Hogar sin forma.
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