El implacable odio de los opulentos
Por Eunoia
Enviado el 26/06/2025, clasificado en Reflexiones
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Hace ahora tres años se conmemoraba el 200 aniversario de la muerte de uno de los más grandes poetas romanticos ingleses, Percival Bisshe Shelley.
La figura de Shelley conjuga la genialidad poética con el compromiso con las ideas de progreso, frente a las pervivencias de las ideas medievalistas. Eso se reflejaría en su obra literaria —no sólo poética—, como la espléndida Prometeo liberado.
Contemporáneo de Keats y Byron —de quien fue amigo íntimo y personal, y cuya mutua influencia en sus respectivas obras es claramente visible— Shelley fue un luchador por las ideas de avance social, y por ello sufrió marginación y su obra quedó premeditadamente relegada y casi en la oscuridad.
Por otros, sufrió el intento de ofuscar los aspectos más agudos de sus ideas y pensamiento, cuando por fin obtuvo el justo reconocimiento público, que alcanzó mayor eco durante todo el pasado siglo XX.
Con la que fue su segunda esposa, Mary Wollstonecraft, hija de la gran pionera del feminismo, tuvo una fecunda relación amorosa. También en este caso, ambos se influenciaron literariamente (recuérdese, por ejemplo, el título completo de la más conocida novela de Mary: Frankenstein o el moderno Prometeo*); personaje de la mitología griega que un poco más tarde constituyó un gran drama épico escrito por el poeta.
Shelley falleció tempranamente, ahogado a los 29 años, cuando ya estaba ultimando la aparición de una revista, El Liberal, junto con Byron y James Henry Leigh Hunt. A su muerte, por petición de Byron, el cuerpo de Shelley fue incinerado en Viareggio, una playa de Italia. Se cuenta que su corazón no ardió y Mary lo conservó en un paño de seda hasta que ella murió.
El rencor de los sectores conservadores británicos no perdonó a Shelley ni siquiera con su muerte. Uno de los voceros de las clases opulentas, el periódico Courier no dudo en exclamar triunfalmente: "Shelley, el escritor de algunas poesías infieles, se ha ahogado: ahora sabrá si hay Dios o no".
Sin embargo, a pesar del odio insaciable de los enemigos del progreso social de la Humanidad, igual que el corazón incombustible de Shelley y su dignidad frente a los arrogantes siervos jupiterinos, su obra escrita permanecerá brillando entre las más hermosas que trazó la pluma humana.
Dejemos el final de esta reflexión a la propia palabra de Shelley, en este fragmento de su poema Mutabilidad, como respuesta y ejemplo a seguir:
"¡da lo mismo! Pues, sea alegre o sea triste,
la senda de su marcha final está ya abierta:
tal vez no sea el pasado del hombre su mañana;
tal vez sólo perdure la Mutabilidad."
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* La propia obra surgió de una reunión una noche de vacaciones en la que estaban Shelley, Byron y Polidori.
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