LA VIDEOCONFERENCIA

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La mañana se había levantado con una humedad pegajosa, oleaginosa. La piel de Olga brillaba; por su espalda y sus glúteos desnudos se apreciaba una capa de fina transpiración. 
 
Almeida se levantó con sumo cuidado. Sus atléticos músculos se movían como a cámara lenta. No se vistió más que con una camiseta negra de tirantes. Caminó descalzo hasta el frigorífico, abrió una sola puerta y tomó la botella de jugo de maracuyá. Sorbió a grandes tragos. A lo lejos, la imagen del Pan de Azúcar estaba coronada de una franja de niebla acaracolada. 
 
Almeida se peinó con los dedos el pelo oscuro y rizoso, abrió el portátil y pulsó el código. Quedaba un minuto. Se enderezó y miró su regazo. Hubiera quedado muy ridículo si los otros le hubieran visto, sentado en el sillón rotatorio sin ninguna prenda íntima, con sus genitales desnudos sobre el asiento de piel negra. 
 
— Bom dia. — La imagen y melosa voz del coronel Pereira hicieron acto de aparición —. 
—  Bom dia — saludó a su vez Almeida 
 
Un nuevo rectángulo se abrió en la pantalla. La imagen del doctor Terrafuita, con su bigotito recortado ocupo el pequeño plasma en el lado derecho. 
 
— Joao; coronel Pereira — saludó con su voz ronca el médico. 
— Señores, he recibido el visto bueno de la Presidencia. 
 
Pereira elevó una ceja; el doctor pareció palidecer, o quizá fue debido al involuntario movimiento que hizo en su sillón. 
 
— Estén tranquilos, la comunicación es opaca: estamos absolutamente en secreto, como comprenderán. — Joao Almeida parpadeó y emitió un sonoro suspiro antes de proseguir —:  Nuestro analista, Walker Domingues ha evaluado toda la información del... objetivo — Se refirió así a Domingo Suaizo—. Doctor Terrafuita, ustedes se ocuparán de administrar la dosis. Haga el favor de abrir el enlace calificado como 3 — A pesar de la amistad personal con Terrafuita, Almeida mantenía el tono formal —. Tras unos segundos, Mario Terrafuita movió la mirada y cabeceó — Estoy de acuerdo, es una dosis correcta para el sujeto. Con esos miligramos el efecto de la adrenalina será casi instantáneo. 
 
— Ustedes, coronel, detendrán al objetivo a las 16:40 h, y lo trasladarán a la comisaría de rua Fernando Ginés. 
 
El coronel Valerio Pereira carraspeó y se enderezó en el sillón. 
 
— Nuestras fuerzas están preparadas y listas para la operación. Siempre dispuestas a servir a la patria y evitar que los desestabilizadores lleven al país al caos y pongan la propiedad privada en pelig... 
 
Almeida visiblemente impaciente cortó al coronel: 
 
— Pereira, dejé la arenga desfasada para las ocasiones públicas o las nuevas promociones. — Se inclinó hacia delante —. Mantenga un retén en el pasillo de la celda aislada hasta que Domingues llegué. —Dirigió la mirada hacia el rectángulo de Terrafuita —. Quiero que Ortega se ocupe, como las otras veces. Debe comprobar el proceso y asegurarse del — hizo una leve pausa— óbito, antes de certificarlo. 
— La punción será prácticamente imperceptible y el nanorobot se desintegrará una vez disuelta la dosis —, aseguró el médico. 
— Perfecto, señores —dijo Almeida con voz suave. Su acento del sur no difuminaba el tono de autoridad. Su cargo de Ministro de Seguridad requería plasticidad pública y firmeza al mismo tiempo. — Todo transcurrirá según lo previsto. Que tengan una buena mañana. 
 
—A sus órdenes, señor ministro —, dijo despidiéndose el cotonel Valerio Pereira, que controlaba el llamado Operativo Neiro. 
 
 Cuando Pereira y su rectángulo se hubieron disuelto en el plasma de la pantalla del circuito de la videoconferencia, Terrafuita sonrió aliviado. 
 
—¿Cuándo nos veremos en el Casino, Joao? — dijo en un tono ya reposado y amigable. 
—He tenido mucho trabajo, Mario. La oposición se está reagrupando y Fruendes quiere pasar a la ofensiva... antes de perder las elecciones. 
 
Terrafuita lanzó una sonora carcajada. 
 
— El Presidente no ha cambiado, ¿verdad? 
 
Almeida asintió con una sonrisa amarga en los labios. 
 
— Te llamaré — dijo Almeida y cerró la comunicación. 
 
Cuando la pantalla se oscureció, bajó la tapa y miró un halcón peregrino planeando sobre los rascacielos. Se giró en el butacón. Entonces la vio. 
 
Olga, estaba en el dintel, apoyada sensualmente. Sus erguidos senos palidandro reflejaban la luz del cielo celeste de Rio de Janeiro. 
 
— Bon día, coraçao — dijo con voz dulce —. Algo en el silencio de la chica le inquietó, hasta que una media luna dejó ver la fila de blancos dientes de la muchacha, mientras se dirigía hacia él como podría hacerlo una sinuosa pantera negra de ojos esmeralda. 

 


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