La Hipnosis

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El consultorio del Dr. Daniel Rojas estaba en penumbra, solo iluminado por la tenue luz de una lámpara de sal y el brillo dorado del péndulo que oscilaba frente a los ojos de Valeria.  

—Relájate... —su voz era una caricia en la oscuridad—. Siente cómo tu cuerpo se vuelve pesado, obediente.  

Valeria inhaló profundamente, sus pechos elevándose bajo la blusa de seda que se aferraba a sus curvas. Daniel no podía evitar mirar cómo sus pezones se endurecían bajo la tela, visibles a pesar de las capas.  

—Cada vez que escuches mi voz, entrarás más profundo... —murmuró, acercándose—. Y solo sentirás placer.  

Un gemido escapó de los labios entreabiertos de Valeria.  

—¿Qué sientes ahora? —preguntó Daniel, posando deliberadamente una mano en su muslo.  

—Hmm... calor —susurró ella, arqueándose imperceptiblemente hacia su contacto.  

Él deslizó los dedos hacia arriba, sintiendo la humedad que ya empapaba sus bragas a través de la fina tela del vestido.  

—Dime la verdad, Valeria... —su aliento caliente rozó su oreja—. ¿Cuántas veces has fantaseado con esto?  

—T-todas las noches —confesó, empujando su entrepierna contra su mano.  

Daniel sonrió. Era más fácil de lo que pensaba.  

—Cuando cuente hasta tres, olvidarás todo excepto el deseo —ordenó, desabrochando su blusa con dedos expertos—. Uno... tus pechos necesitan ser tocados. Dos... tu cuerpo arde por mi boca. Tres...  

Valeria jadeó cuando sus senos quedaron al descubierto, los pezones erectos y rosados temblando ante el aire frío del consultorio.  

—Por favor... —suplicó, pero Daniel ya estaba ocupado lamiendo un trazo lento desde su clavícula hasta el pezón, que succionó con fuerza.  

—Shhh, buena chica —murmuró contra su piel—. Hoy solo eres mi juguete.  

Sus manos descendieron, arrancando las bragas con un tirón brusco antes de hundir dos dedos en su interior. Valeria gritó, las caderas empujando hacia adelante para tomar más de él.  

—Mírame —ordenó Daniel, y sus ojos se abrieron, vidriosos y obedientes—. Quiero que vengas solo con mi voz.  

—S-sí, doctor...  

—Dilo otra vez.  

—Sí, doctor —gimió, las piernas temblando mientras sus dedos trazaban círculos viciosos sobre su clítoris.  

Daniel la observó desmoronarse, los músculos abdominales contrayéndose mientras el orgasmo la arrastraba bajo. No la dejó recuperarse.  

—Otra vez —exigió, introduciendo tres dedos ahora, el pulgar frotando ese punto sensible que la hacía arquearse como un arco—. Viene para mí.  

Y ella lo hizo, gritando su nombre como una oración.  

Fue el sonido de su propio gemido lo que la sacó del trance. Valeria abrió los ojos, encontrándose desnuda de cintura para abajo, con las piernas abiertas y los dedos de Daniel aún dentro de ella.  

—¿E-esto es...?  

—Terapia, cariño —respondió él, llevándose los dedos brillantes a la boca—. La mejor que tendrás.  

Y cuando la besó, sabiendo a su propia esencia, Valeria supo que volvería. Una y otra vez.


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