Después de la reunión extraordinaria

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Sara empujó a Marta contra la puerta de la habitación, sus bocas chocando con urgencia. El sabor a whisky barato y menta se mezcló cuando la lengua de Marta invadió su boca sin pedir permiso.

—Siempre tan mandona —jadeó Sara, sintiendo manos expertas desabrochar su blusa en segundos—. ¿Así tratas a todas tus compañeras?

—Solo a las que me miran como tú —Marta le mordió el labio inferior—. Como si quisieras arrancarme la ropa en medio de las juntas.

Los botones saltaron al suelo. Sara no dio tiempo a reaccionar antes de que unos dedos fríos se cerraran alrededor de sus pezones ya erectos.

—¡Dios! —arqueó la espalda—. ¿Cuánto tiempo llevas imaginando esto?

—Demasiado —Marta la giró bruscamente contra el espejo del armario—. Ahora cállate y mírate.

Sara gimió al ver su reflejo: falda arremangada hasta la cintura, bragas de encaje rasgadas colgando de una pierna, y los dedos de Marta hundiéndose en su sexo empapado.

—Mira cómo goteas por mí —susurró Marta, frotando su clítoris con el pulgar en círculos crueles—. ¿Esto es lo que querías cuando "accidentalmente" rozabas mi pierna en el ascensor?

—¡Sí! —Sara intentó empujar sus caderas hacia esos dedos, pero una mano en su pelo la mantuvo quieta.

—No. Así no. —Marta retiró los dedos, escupió en su palma y los volvió a introducir, esta vez con tres—. Ahora repite: "Soy tu putita de oficina".

Los gemidos de Sara se mezclaron con el sonido obsceno de carne mojada.

La cama individual crujió cuando Marta la arrojó boca abajo sobre las sábanas ásperas.

—Quiero oírte —ordenó, colocándose de rodillas sobre su cara mientras le abría las nalgas con ambas manos—. Y si no me ahogas, no vienes.

Sara no tuvo opción cuando esa lengua experta se clavó en su clítoris al mismo tiempo que sentía humedad en su boca. Jadeó alrededor del sexo de Marta, sus manos aferrándose a esos muslos que había fantaseado con tocar cada vez que se inclinaba en la fotocopiadora.

—Así, justo así —Marta gemía, guiando sus caderas contra la cara de Sara—. ¿Vas a venir como una secretita cualquiera?

El orgasmo las alcanzó casi al mismo tiempo: Sara gritando contra el sexo de Marta, sus propias contracciones mojando la barbilla de Marta que seguía lamiéndola sin piedad.

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A las 3:17 AM, Sara encontró a Marta dormida boca arriba, las marcas de sus uñas aún visibles en sus pechos. No pudo resistirse.

Se deslizó entre sus piernas y usó la lengua con la misma precisión que usaba en sus presentaciones de ventas: lenta al principio, luego rápida y enfocada en ese punto que hacía arquear a Marta incluso dormida.

—¡Joder, Sara! —Marta se despertó con un sobresalto, las manos enterrándose en su pelo—. ¿En serio?

—Turno de revisión —sonrió Sara, introduciendo dos dedos mientras succionaba su clítoris—. A ver si la supervisora de logística puede mantener el ritmo.

Marta vino con un gemido ronco, las caderas empujando contra la cara de Sara hasta sacudirse por completo.

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El despertador sonó a las 6:00 AM. Sara despertó con los labios pegados al pezón de Marta, sus muslos aún brillantes entre los restos secos de la noche anterior.

—Mierda —Marta miró los moretones en su cuello—. ¿Tienes algo que cubra esto?

Sara le pasó un paquete de corrector.

—Usa falda hoy. Así no verán cómo te tiemblan las piernas cuando camines.

Marta la miró mientras se vestía:

—Esto no puede volver a pasar.

—Claro que no —Sara se ajustó la blusa, ocultando su propio mordisco en el seno—. Hasta el próximo viaje de trabajo.


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