La Entrega Equivocada
Por N. Duna
Enviado el 30/06/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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El timbre de la puerta sonó justo cuando Claudia terminaba su tercer café. Maldiciendo entre dientes, dejó la taza sobre la encimera y abrió la puerta, esperando encontrar al repartidor habitual de Amazon. Pero en el umbral solo había un paquete rectangular, envuelto en papel marrón sin logotipos.
—¿Qué diablos...?
Lo llevó a la cocina y lo abrió con unas tijeras. El contenido la dejó boquiabierta: un consolador de tamaño considerable, de un rosa palido irreal, con una base que vibraba y unas protuberancias que parecían diseñadas para llegar hasta donde ningún hombre había llegado antes. Y encima, una nota escrita a mano:
"Para mi sumisa. Usar bajo mi supervisión. —J."
Claudia soltó el objeto como si le hubiera mordido.
Revisó la etiqueta del envío. Su dirección, pero el nombre del remitente era un tal "J. Carter" de un barrio a media hora de distancia. Sin pensarlo dos veces, marcó el número de contacto adjunto.
La voz que respondió hizo que se le erizara el vello de los brazos.
—¿Sí?
Profunda. Ronca. Como si acabara de levantarse o de fumar tres cigarrillos seguidos.
—Hola, eh... —Claudia se aclaró la garganta—. Recibí un paquete que no es mío. Un... artículo íntimo.
—Ah. —Una pausa calculada—. ¿Lo has abierto?
—¡Por supuesto que lo he abierto! Pensé que era mi pedido de... —se interrumpió antes de decir "velas aromáticas".
—¿Y? —La voz sonó intrigada ahora—. ¿Qué opinas?
Claudia miró el juguete sobre la mesa.
—Es enorme.
Una risa grave recorrió la línea.
—No tanto. Aunque para una principiante, supongo que sí.
—Yo no soy ninguna principiante —replicó Claudia antes de pensar.
Silencio. Luego:
—Demuéstralo.
No supo cómo ocurrió exactamente. Un minuto estaban discutiendo la devolución del paquete, y al siguiente, él la guiaba con esa voz que le resonaba en los huesos.
—Primero, encuentra un espejo —ordenó—. Quiero que te veas.
Claudia obedeció, llevando el teléfono al dormitorio. El espejo de cuerpo entero reflejó su imagen: pelo recogido en un moño despeinado, camiseta vieja de universidad, pantalones de yoga.
—Ahora quítate la ropa. Despacio.
Los dedos le temblaron al subir la camiseta por encima de la cabeza. El aire frío de la habitación le erizó los pezones.
—Dios, esos pechos... —murmuró él, como si realmente pudiera verla—. Pellízcalos.
Claudia gimió al obedecer.
—Más fuerte. No seas tímida.
El dolor se mezcló con el placer, enviando una corriente directa entre sus piernas.
—¿Tienes el juguete? —preguntó él.
—Sí.
—Enciéndelo. Nivel tres.
El zumbido llenó la habitación. Claudia lo pasó por su vientre, bajando lentamente.
—No tan rápido —la regañó—. Primero los labios. Solo rozándolos.
El plástico caliente se deslizó por su sexo, ya húmedo.
—Eso es. Ahora mételo... solo la punta.
Claudia contuvo el aliento al sentir las primeras protuberancias rozando su entrada.
—Joder... —la voz de él se quebró—. Todo adentro ahora. De una vez.
Ella empujó.
El grito que escapó de sus labios hizo eco en el teléfono, donde él juraba en bajito.
—Mueve las caderas. Despacio. Siéntelo todo.
Claudia obedeció, clavándose en el espejo: su rostro contraído de placer, el juguete rosado desapareciendo dentro de ella una y otra vez.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—Sí...
—Di "Sí, señor".
Claudia mordió su labio.
—Sí, señor.
La recompensa fue inmediata.
—Ahora la base. Presiónala contra tu clítoris.
El zumbido aumentó. Claudia vio cómo sus piernas temblaban.
—Voy a...
—No. —Firme—. Aguanta.
—No puedo...
—Cinco minutos más. O no vienes en absoluto.
Claudia lloriqueó, pero obedeció, moviéndose con torturante lentitud mientras el orgasmo se acumulaba como una tormenta.
—Ahora.
Se vino con un grito, las rodillas cediendo mientras el juguete seguía vibrando dentro de ella, prolongando el espasmo hasta el borde del dolor.
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Al día siguiente, el timbre volvió a sonar.
Esta vez, J. Carter estaba en persona frente a su puerta: alto, ojos grises, manos que parecían capaces de partirla en dos.
—Vine por mi paquete —dijo, la mirada recorriéndola de arriba abajo.
Claudia le tendió el consolador, limpio pero aún en su caja.
Él sonrió.
—Creo que hubo un malentendido. No era esto lo que quería devolver.
—¿Entonces?
—A mi sumisa. —Le acarició la mejilla—. ¿Sigues interesada?
Claudia lo miró, luego al juguete, luego a sus labios.
—Depende. —Sonrió—. ¿Las órdenes son igual de buenas en persona?
Cuando él la empujó contra la pared, supo que el paquete equivocado había sido el mejor error de su vida.
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