Tus pies como carámbanos
Por Eunoia
Enviado el 04/07/2025, clasificado en Amor / Románticos
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Querida Amelia,
recibí anteayer tu carta última. ¡Cómo disfruto de tus dibujitos de despedida! Gracias. ¡Cuento los días esperando tu vuelta definitiva! Han sido tantos meses, amiga querida...
Ahora que recapitulo, veo que hemos trenzado un hermoso enjambre de cartas, con recuerdos por las dos partes, que me han hecho revivir nuestros momentos juntos; ha sido como vivirlos de nuevo contigo, sentirte aquí a mi lado, en nuestros paseos, cafeterías, el parque...
Particularmente, la tarde de febrero en el monte Fresnedo, que me recordaste en ese último correo, la he podido "sentir", a pesar del calor de estos primeros días de julio: ha sido refrescante (acabo de reírme yo solo, con esta tontería que acabo de escribir..., pero no la voy a tachar. Me conoces y sabes que soy así..., los dos somos así, por eso tenemos este vínculo tan estrecho, ¿verdad?
Pero quiero volver a la tarde aquella.
Subiendo por las curvas cerradas yo miraba los fresnos y los abedules que se iban sucediendo a lo largo del camino, en las laderas y los valles. Te veía conducir mientras tú me explicabas las difíciles relaciones con tu familia.
Al fin, llegamos. El frío era intenso allí arriba. ¿Te acuerdas cuando, al sacar la cesta con la comida, casi se me cae?
Puedo verte, después de comer. Bajo la protección de la arboleda. Te abrigaste
con tu rústica pelliza que tanto me gusta. Envuelta en su piel, te tumbaste sobre mis piernas. Me dijiste que tenías los pies congelados. Te quité los cabellos de la frente y otra vez tu encantadora sonrisa serenó la inquietud de mi espíritu.
Te descalcé y tú te resistente. «Bobo..., pero qué haces». «Espera, —te dije—, espera...».
Te saqué los gruesos calcetines a topos. Tus pies parecían carámbanos. Los apreté ligeramente, exhalando mi aliento sobre ellos.
Recuerdo, sí: tú sentiste cosquillas y los retiraste. Luego los volviste a colocar sobre mi regazo y los fui calentando con mis manos, con un suave masaje.
Comenzaba a avanzar la tarde en el monte. Tus deditos iban entrando en calor. Yo continué hasta que escuché tu respiración más lenta y grave. Incliné mi cabeza y vi tus ojos cerrados. Te habías adormilado, Amelia, y tu rostro despedía una ternura tan infantil...
Con un susto te despertaste y me dijiste: «Perdona».
Recogimos las cosas y descendimos lentamente y en silencio hasta las calles asfaltadas, pero me pareció que algo tuyo y algo mío, algo nuestro quedó allí para siempre.
(Cartas a Amelia)
Títulos publicados
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•Tú, en la pluralidad de tu esencia
•El río
•Esta mañana
•Viaje de vuelta
•Los contrastes complementarios
•La fuente de los faunos
•Las huellas de nuestros pies
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