El ardiente verano de Puri (Águeda y Purita)(III)

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        El ardiente verano de Puri (III)
                       (Águeda y Puri)

 

(Continuación)

 

— No, no te inquietes. Si me gusta..., y noto la mejoría. Sigue, por favor. —Cogió la mano de Águeda, brillante del ungüento y la llevó a sus pechos. La dejó reposar ahí. Águeda notó el interior de su sexo hambriento con su líquido sexual descendiendo verticalmente hacia su bajo vientre, hacia los labios, humedeciendo completamente la braga—. No pares —volvió a repetir Purita; esta vez el tono era una reclamación íntima, una petición de clemencia y rendición ante los imperativos del sexo abierto, desnudo, palpitante.

Águeda puso un grumito de crema en el borde de la nariz de Puri, que rio divertida, como una niña, aunque sus ojos tenían un brillo lúbrico, y encogió los hombros brillantes. Águeda hizo presa con las dos manos en los pezones y rotó indisimuladamente en ellos hasta que quedaron cubiertos de la crema blanca. Trató de recuperar el autocontrol.

— Ahora deja que haga efecto —soltó las rosadas cerecitas—, y no vuelvas a quemártelos. Sus ojos volvieron a las tetitas, a los pezones semicubiertos de la blanca pomada—. Son muy sensibles; más los tuyos, tan blanquitos...

— Son muy sensibles, es cierto; yo diría... sensitivos —dijo Puri—. Lo habrás notado, ¿verdad?

Águeda sonriendo respondió:

— Claro, que se nota..., los pezones reaccionan en seguida..., se excitan; también los míos. Los tuyos —confesó— me gustan más.

Las dos se miraron y se pusieron a reír.

— No has terminado —reclamó Purita.

Águeda miró interrogativa.

— Mis piernas, los muslos y las rodillas, el empeine: me escuecen. ¿Querrías terminar?, si no es abusar demasiado.

Bajo la escasa tela del tanga fucsia destacaba la loma del monte de Venus muy visible. Sobresalía entre los muslos, que estaban tan rojos que incluso se podía sentir el calor que
desprendía la carne. Pero los ojos de Águeda estaban presos de aquel montículo elevado. Trató de desviar la mirada de la forma convexa. A Puri no se le escapó.

— Siempre lo tuve así, muy alto —dijo—. Me acompleja un poco, la verdad.

Águeda desvió la mirada y colocó las calientes piernas sobre las suyas y comenzó apaciguar la quemazón de los muslos encarnados de Puri. Con extrema suavidad cubrió toda la piel; también las rodillas, hasta llegar a los empeines, que también estaban claramente castigados por la insolación. El tanga estaba apretado en las ingles de Purita, la marca roja, alcanzaba hasta allí. Águeda frotó cuidadosamente hasta que toda la crema penetró bajo la piel.

— Uffff, gracias, qué alivio! Lo haces muy bien.
Se ve que tienes experiencia. —Águeda volvió a llenar sus dedos de ungüento y le dijo—: Date la vuelta.

La parte peor era la espalda. El enrojecimiento llegaba hasta la línea del tanga; el reverso de los muslos también estaba encarnado. Puri estaba de pie. Águeda se levantó a su vez, y comenzó a cubrir los hombros y la espalda. Procuraba no presionar demasiado la encendida piel. Cada vez que daba una pasada, una oleada de calor brotaba de los castigados poros cutáneos. Llegó a la tira de algodón del tanga. Se arrodilló detrás de la cintura. Los glúteos también habían recibido los rayos solares. Con mucha delicadeza los dedos de Águeda trazaron líneas en la carne firme. El culito de Puri era una doble circunferencia sin un gramo de grasa sobrante.

Los dos globos quedaron cubiertos y blanquecinos. Águeda siguió el masaje en círculos, hasta que toda la crema desapareció bajo la piel. Puri dejó escapar algún gemido contenido. Las nalgas brillaban untuosamente. Continuó por la parte inversa de los muslos. Cuando los labios de Purita dejaron escapar un quejido, Águeda paró automáticamente.

— Disculpa... las quemaduras son profundas. Te va a doler muchas horas; tal vez más de un día.

Águeda sintió cómo la voluptuosidad de adueñaba de ella. Pasó los dedos por el aceitoso culito. Esta vez eran caricias. Puri abrió las piernas. Los dedos se desplazaban por la cara interna de los muslos.

— Continúa —musitó Purita. Tenía los ojos cerrados y los brazos caídos a lo largo del cuerpo. Su respiración era agitada; denotaba una inconfundible excitación sexual. Águeda metió la mano entre el puente de los muslos y acarició la abultada tela que cubría la vulva. Los jadeos de Puri se intensificaron. Con voz entrecortada pidió—: Más..., quiero más...

Un dedo apartó la tela. Le recibió la fina superficie del sexo depilado. El dedo trazó con habilidad la forma vulvar femenina y el declive, que le condujo a los labios separados y gruesos que custodiaban la raja húmeda y caliente. Purita bajó el tanga, que quedó en los tobillos y se giró.

Águeda notó el abundante flujo corriendo desde el útero y llenando las paredes de su vagina. Tragó con dificultad la saliva que se acumulaba en su boca.

— Me gusta —dijo—. Me gusta tu coñito sin vello. Me gustan tus labios salidos —pasó los dedos por la abertura vaginal y se impregnó con el flujo transparente, algo espeso y tibio. El roce de las yemas de los dedos era suave, abría y cerraba la rajita, introduciendo un dedo y apretando la carne exterior—. Me gusta el olor perfumado de tu coño —dijo. Puri jadeaba presa del deseo. Miraba la exploración de Águeda y eso la ponía más cachonda. Los ojos de Águeda se encontraron con su ávida visión sexual.

Águeda acercó su boca y besó la pequeña lomita sin vello; luego, sus labios besaron la carne y la punta de la lengua irrumpió en la boca vertical del chochito mojado de flujos: se hundió en el túnel vaginal. Águeda saboreó la carne femenina. Sus dedos abrieron la vulva y su color rosado la excitó todavía más.

— ¡Cómeme! ¡Cómemelo todo!

La lengua penetró, se hundió dentro, en vórtices. Águeda besaba y lamía, chupaba, succionaba, introducía el fluido vaginal y lo llevaba con su lengua a su garganta; volvía a sorber y saboreaba con deleite. La vagina de Purita estaba completamente abierta.

Se sentó en el tresillo. Águeda la abrazó con cuidado, sin olvidar las quemaduras. Las bocas se encontraron y se introdujeron las lenguas mutuamente. Purita tragó la saliva de su amiga y dejó que la suya inundará la lengua de Águeda. Desabotonó la blusa y aquellos grandes senos quedaron al alcance de sus besos. Los gruesos y duros pezones, las aréolas oscuritas... Mordisqueó y besó a la vez los abultados pezones sosteniendo la carne de las tetas.

En el interior del chocho de Purita discurría un manantial líquido en el que Águeda había introducido cuatro dedos en forma cilíndrica. Los dedos se hundían en el coño, entraban y salían, arrancando profundos jadeos del pecho de Puri.

— Sigue así... Más, más adentro...

Águeda sacó los dedos y volvió a meterlos: está vez también el pulgar. La mano penetró en el dilatado canal. Purita se estremeció con las piernas completamente abiertas. Águeda la follaba lentamente, pero sin pausa. Los gemidos eran seguidos. Purita llevó su mano al clítoris y comenzó a masajearlo intensamente. Su mano parecía vibrar mientras Águeda la masturbaba. Con un grito agudo, Puri tuvo un orgasmo profundo.

 

                                      (Continuará)


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