Velada de medianoche

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Nunca podría encontrar las palabras para explicar el amor que siento por mi hermosa Julia, la mujer perfecta para mí. Recuerdo el hermoso día en que la conocí: sus ojos azules hermosos y la sonrisa de una princesa. Cada minuto que paso con ella está atestiguado en mi alma. No suelo ser un hombre romántico, pero el hecho de imaginar una vida con ella produce una felicidad en mi alma.

 

Era el día de nuestro aniversario. Julia me regaló una camisa y unos pantalones blancos, y yo le regalé entradas para un concierto con velas.

 

—Me encanta cuando estás de blanco. Me siento cansada, olvidé muchos pendientes en la semana y tengo que regresar temprano para entregarlos a primera hora.

 

—Muchas gracias, cariño. Si estás muy cansada, no es necesario que asistamos.

 

—¿Estás loco? Esperé este día toda la semana. Esto y el café fue lo único que me mantuvo viva para no explotar con mi jefa —mencionó entre risas.

 

Durante todo el trayecto no dejó de hablar sobre los nuevos personajes que añadieron a su serie favorita y el parecido físico que tenía con uno de ellos. Destacaba que le encantaba mi cabello rubio y largo. Sin lugar a dudas, nunca antes me había sentido como cuando estoy con ella.

 

Empezó el concierto y no dejó de coquetear con la mirada. El lugar era enorme y el olor a velas era perfecto. La mayoría de la música era clásica, pero la última tonada fue maravillosa. Los violinistas se acercaron a las mesas y fue espectacular. Parecía que el tiempo no transcurría y, a la vez, fue muy corto. No podía dejar de mirarle los labios rojos y el vestido largo que traía; era la perfecta combinación de la noche.

 

Terminó la velada y se apagaron las luces. Tenía planeado en unos días darle el anillo a mi amada, por lo que al salir del recinto reconocí a uno de los músicos. Le dije a Julia que esperara, que tenía que preguntarle algo al tipo; él sería el elemento adecuado para armonizar la noche de la entrega del anillo.

 

Lo encontré al final del pasillo, sentado, con la mirada fija y el violín aún en la mano. No me regaló ni una sonrisa. Alabé su talento sin obtener ninguna respuesta. Acomodó su violín en el hombro, empezó a tocar una bella canción. No era igual a nada tocado antes: una melodía elegante y muy melancólica, digna de un festín importante. Empecé a disfrutar del ritmo, hasta que me di cuenta de que no podía moverme a mi voluntad. El aire comenzó a sentirse extraño, la piel me dolía como si ácido recorriera mis poros. Quería gritar, pero mi boca no producía ningún sonido. Empecé a gotear líquido negro de mis labios. Trataba de pedir ayuda, pero él seguía tocando sin ningún remordimiento.

 

Intenté con todas mis fuerzas producir algún sonido, pero solo podía mover la mirada. Empecé a sentir mordidas en diferentes partes de mi cuerpo y podía ver la sangre en el piso.

 

A lo lejos se encontraba un viejo espejo roto. El dolor de mi piel no se comparaba con la imagen clavada en la memoria: eran mordidas reales, como si criaturas invisibles estuvieran disfrutando de mi carne. Cerré los ojos hasta que las criaturas saciaron su hambre. Me encontré con un ser asqueroso, con escamas verdes, colmillos en toda la mandíbula y una mirada roja perturbadora. Lo más horrible que había visto. No tardé en darme cuenta de que esa criatura horrible era yo.

 

Mientras mi cuerpo era devorado por la metamorfosis, lo único que quedaba intacto en mi mente era la sonrisa de Julia… esa sonrisa que iluminaba incluso mis días más oscuros.

 

El artista empezó a tocar de una manera más inquietante y el aire abandonó mis pulmones. La metamorfosis no se completó. Caí al piso y el señor se marchó.

 

Julia empezó a buscarme. Encontró mi cadáver: deforme y lleno de fluidos. Mi enamorada se asqueó. No podía creer lo que estaba viendo: una criatura salida del mismo infierno. No soportó nada y salió rápido de la escena. Su angustia y repulsión no le permitieron notar mi ropa blanca y rota que estaba a su lado. Nunca se enteró de que esa cosa que le causó tanto asco… era yo. No quedó rastro del hombre del cual ella se enamoró.


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