Leo apenas podía moverse. Su cuerpo estaba agotado, empapado en sudor, semen y el néctar espeso que brotaba de mi como una fuente inagotable. Pero cuando sintió cómo lo levantaba del suelo con fuerza inesperada, supo que todavía no había terminado.
—Vamos al baño —le dije, con la voz ronca, los ojos encendidos.
Entramos a la ducha sin decir nada más. Abrí el grifo con una sola mano y el agua caliente cayó como una cortina que no solo nos limpiaba… nos volvía a encender. El vapor envolvió el ambiente al instante.Nuestros cuerpos oscuros y mojados se pegaban con hambre renovada.
Tome una pastilla de jabón y empeze a frotar el torso de Leo con lentitud. Cada movimiento era una caricia cargada de intención.mis manos recorrían su pecho, su abdomen, su cuello… hasta que llegaron a su verga, que volvía a endurecerse.
—Mirá lo que me hacés… ni siquiera terminé de vaciarme y ya quiero más —susurre, mientras apoyaba mi cuerpo entero contra el de Leo.
Entonces me gire. Con la espalda contra su pecho, tome la mano de Leo y la baje por mi propio vientre, guiándola entre mis piernas. El agua chorreaba por mi cuerpo perfecto, delgado, sin un solo vello. Mi pene estaba completamente erecto, y mi vulva, húmeda como siempre, latía entre mis muslos oscuros.
—Tocá los dos… al mismo tiempo —dije—. Quiero que sientas cómo me vengo por dentro y por fuera.
Leo obedeció, hundiendo dos dedos en su interior caliente y apretado, mientras con la otra mano empezaba a bombear mi verga. El agua nos envolvía, pero no diluía el placer. Yo gemía con fuerza, apoyado contra los azulejos, con las piernas abiertas y la espalda arqueada.
—No parés… así… así, carajo… —jadeaba.
De pronto me di la vuelta, lo mire a los ojos, y lo bese con una violencia que lo deje sin aire. Luego baje de rodillas, con el agua golpeándome la cabeza, y se trague a Leo entero. Chupaba con ganas, mientras me masturbaba furioso, con la otra mano aún dentro de mí, penetrándome con desesperación.
El ruido del agua se mezclaba con los sonidos húmedos y los gemidos cada vez más salvajes. Yo me masturbaba como si estuviera al borde de romperme, con los dedos dentro y mi verga bombeando leche preseminal constante.
Y entonces me vine de nuevo.
Primero, mi interior: un espasmo profundo, fuerte, que me hizo gritar mientras mis paredes internas apretaban como una garra. Luego mi pene: una explosión caliente que me hizo temblar desde los pies, lanzando chorros blancos que se mezclaron con el agua caliente que corría por el suelo.
Leo me tomó por la cintura y me pegó contra la pared mojada. Me levantó de un impulso, y me lo metió de nuevo por detrás. Yo estaba tan mojado y abierto que lo tragué con un gemido largo, lleno de placer y dolor. La ducha era un infierno líquido: cuerpos mojados, penetración salvaje, manos resbalando, gemidos que rebotaban en los azulejos.
—¡Cogeme hasta que no pueda ni pararme! —grité
Leo lo hizo. Fuerte. Violento. Desesperado. Golpeando con cada embestida mi entrada caliente que lo apretaba como una boca insaciable, mientras el agua nos lavaba y al mismo tiempo nos ensuciaba de nuevo.
Ambos acabamos casi al mismo tiempo. Caímos al suelo mojado, respirando como bestias cansadas.
lo mire, con la cara empapada y una sonrisa sucia.
—¿Ves lo que es coger con alguien que tiene fuego por dentro y por fuera?
Leo asintió. Ya no tenía palabras.
Solo sabía que quería volver a empezar.
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