Mi cuerpo dividido, mi placer completo"

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Mi despertar sexual no fue como el de los demás chicos. No fue solo con revistas o miradas furtivas. Fue con las escenas de novelas, con las películas donde el sexo no era explícito, pero se insinuaba con una fuerza brutal. Ahí fue donde algo dentro de mí empezó a arder.

 

Cuando veía cómo un hombre arrancaba la ropa de una mujer, cómo la empujaba contra la pared y la penetraba con furia, mi verga se ponía dura, palpitante, deseando estar ahí, en su lugar. Pero lo más sorprendente era lo otro… lo que nadie sabía. Yo también quería ser ella. Sentir cómo me abría las piernas, cómo me empujaba adentro una y otra vez. Quería saber cómo se siente tener un cuerpo que se abre, que se moja, que se rinde y se estremece.

 

Me tocaba en silencio. A veces con rabia, como un hombre excitado. Pero otras… me metía los dedos con ternura, por detrás, por el culo, imaginando que era mi vagina secreta, caliente, ansiosa por ser penetrada. Me abría las nalgas frente al espejo y me imaginaba siendo montada, con un hombre empujando su verga en mí, sintiendo cada centímetro hundirse en mi interior.

 

Me ponía una almohada entre las piernas, la abrazaba, y me movía encima como una mujer desesperada, gimiendo como ellas, con esa mezcla de dolor y placer. Gemía con voz suave, aguda, sucia. Y a veces me decía cosas al oído, susurrándome como si fuera otra persona: "abre más las piernas… así… déjame llenarte…"

 

Mi parte masculina amaba ver tetas, ver culos, agarrar fuerte. Pero mi parte femenina… quería sentir cómo se derrama el semen dentro, cómo te follan con fuerza hasta hacerte llorar de placer.

 

Llegó un punto donde mis orgasmos ya no eran simples. Me masturbaba de espaldas, con los dedos adentro, moviéndolos como una verga imaginaria. Me ponía crema, saliva, lo que fuera, para sentir cómo entraba fácil, caliente, profundo. Me tocaba los pezones, duros, sensibles, cerraba los ojos y me llamaba a mí mismo con nombres femeninos. Me decía puta. Me decía rica. Me decía que estaba hecha para ser cogida.

 

Y lo más salvaje es que todo eso me hacía sentir más hombre y más mujer al mismo tiempo.

 

No soy uno o el otro. Soy ambos. Soy el que coge… y el que desea ser cogido.

Soy el que mete la verga… y también el que sueña con sentirla romperme por dentro.

 

No me avergüenza. Al contrario. Es mi secreto más caliente. Porque cuando me acepté así, completo, sin límites, mis orgasmos dejaron de ser simples descargas. Se volvieron explosiones donde eyaculaba por fuera… y temblaba por dentro.

 

Y en esa mezcla, en esa doble vida sexual que vive en mi cuerpo, encontré algo que nadie me enseñó…

que el placer verdadero no tiene género. Solo ganas. Solo piel. Solo deseo.


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