El ardiente verano de Puri (Purita) -1-
Por Eunoia
Enviado el 10/07/2025, clasificado en Amor / Románticos
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El ardiente verano de Puri
(Purita) -1- *
Purita entró en el chiringuito resoplando.
Llevaba graciosamente su pamela de paja, con una cintita azul celeste y un nudo voluminoso ladeada sobre los lacios mechones de cabello oscuro. Con sumo cuidado descolgó la sombrilla, enfundada de su dolorido hombro.
En el local había un par de bañistas barrigudos sorbiendo a morro sendas espumosas cervezas heladas. Tras la barra una mujer con gafas de cabello rubio muy corto. Aparentaba unos cuarenta años, pero tenía una gracia juvenil, lo que le hacía aparentar poco más de los treinta de Purita. La mujer mostró una sincera sonrisa que mostró su hilera de níveos dientes y miró hospitalaria a su nueva cliente.
Purita fue a la pequeña mesa circular del fondo del local y se sentó, dejando su bolsa de lona beige y la sombrilla en la silla de al lado. Con ello, su timudez y su tendencia a la introversión quedó al descubierto para el ojo experto de la otra mujer. La camarera salió de detrás del mostrador y se acercó a Purita.
— ¿Qué le pongo?
Purita se quedó mirando los intensos e
inteligentes ojos azules de la mujer y esbozó una sonrisa limpia, casi admirativa hacia la otra. Transmitía una intensa profundidad emocional. En cierta forma parecía poder penetrar en lo más y hondo del ser de Purita.
— Con este calor..., una clara, por favor.
La mujer rubia fue hacia el mostrador. Purita observó sus formas femeninas, de nalgas bien
formadas y carnosas, piernas largas bajo el
ajustado vaquero cortado y las sandalias
magenta. Tenia un paso ágil y movimientos casi de danzarina. Una mujer atractiva poco corriente.
A los pocos minutos, la camarera regresó con un vaso grande, cuya superficie estaba blanquecina por el frio. En la otra mano llevaba un platito de aceitunas bien cumplido.
— Obsequio de la casa —le dijo risueña.
Purita correspondió con una gran sonrisa y se quitó la descomunal pamela. Su negro cabello estaba revuelto y los mechones aparecían en grumos, por acción de la humedad, el salitre y algunos granos de arena de la playa.
— Gracias. —Volvió a fijarse con a la agradable mujer rubia y sin saber por qué le preguntó—:¿Haceis paella?
La otra respondió con un brillo luminoso en la mirada:
— Sí..., si es para dos.
— Ah...—Purita hizo un pausa mordiéndose el
labio inferior— Vaya...
— ¿Vienes sola?
Purita asintió e hizo un gesto infantil con las cejas. La camarera apoyó una mano sobre la mesa y adujo:
- Mira..., podemos hacer una cosa: a mí
también me apetece hoy paella. ¡Qué te parece si la compartimos!
El matiz colorado de las mejillas de Purita, ya castigadas por la exposición al sol, se acentuó. Azorada negó con la cabeza.
— No, no hace falta...
La rubia se echó a reir y repuso:
— No te preocupes, sólo pagarás tu parte —en
tono argentino añadió—: Yo también he de comer, ¿sabes? Normalmente como sola —terminó con un guiño cómplice que Purita intentó descifrar sin lograrlo, así que como respuesta volvió a sonreír con timidez. Tras un instante de vacilación sin mirar directamente a la mujer repuso:
— Vale, acepto. ¿La comemos juntas?
Las facciones de la rubia reflejaron alegría y elevó los hombros. Purita se llevó el vaso a los labios; algunas gotas de agua, producto de la condensación cayeron sobre su antebrazo. La camarera instintivamente levantó el pico de su corto delantal y lo pasó por el brazo. Purita emitió un lamento al sentir el contacto de la tela con su piel quemada y enrojecida.
— Perdona, ¿te duele mucho, verdad? El sol es traidor. Nosotros estamos acostumbrados. Tú vienes de fuera y no te has precavido... Observó otro largo goterón que trabajaba por la copa—. Ahora vuelvo; te traeré un posavasos.
La mujer regresó y dejó el posavasos sobre la mesa. Observó la frente, la nariz y el cuello enrojecidos de Purita; los hombros también estaban quemados por el sol. Purita bebía su clara casi sin respirar.
— Perdona, estoy seca.
— ¿Eres de otra comunidad?
Dejando el vaso y negando con la cabeza dijo:
— Sí, estoy de vacaciones.
— Entonces —dijo la otra entre risas— te he soñado, ja,ja,ja.
Purita la miró de hito en hito, con sorpresa.
— No te alarmes, mujer: era una broma... Bueno...., casi. Creo que me recuerdas a alguien que vi en un sueño hace un par de días —y volvió a reir a carcajadas.
Los dos parroquianos preguntaron «qué se
debe» y tras pagar abandonaron el chiringuito playero.
(Fin de la primera parte)
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* Nota: El presente relato se compone de varias partes. Las finales se pueden encontrar en la sección de relatos de Erotismo.
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