El ardiente verano de Puri (Purita) -2-

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El ardiente verano de Puri
                       (Purita) -2-*



                         (Continuación de la parte -1-)



La camarera regresó del mostrador y le dijo:

— Perdona, soy Agueda. Soy la dueña del local. —Lo dijo chistosamente agachando las rodillas y haciendo un gesto con las dos manos—. Chica, vas a pasar muy mala noche, le dijo volviendo a mirar el tono rojizo de la cara y la parte de los hombros que sobresalia entre las tiras de la camiseta.

— Me llamo Puri —tendió la mano, que estrechó Águeda con delicadeza— Si, me duele y escuece... Me quedé dormida en la playa —Las manos seguían sujetas. Águeda palmeó con la otra la mano que agarraba de Puri y dijo:

— Luego te lo miro. Aqui estamos
acostumbrados y tenemos remedios; luego te lo miro, verás... Hay que tener cuidado -Miró hacia la puerta de entrada y yendo hacia ella comentó—: Vamos a hacer una cosa. Voy a hacer la paella.

Se levantó y fue a cerrar el local. Puri cruzó las piernas y sintió pinchazos y un ardor terrible en los muslos. Se quedó bebiendo su refrescante cerveza con limonada, mientras Águeda se internaba en la parte de detrás del mostrador.

Habia algo en su nueva amiga que despertaba su simpatia, ya vencida la primera suspicacia. Se dijo a sí misma que le gustaba de Águeda. Latía dentro de ella algo más profundo, y tambien otra cosa no tan profunda, indefinible..., sino más
en la superficie de la piel, de su piel ahora quemada y ardiente, pero con otra llama que la hacía mantener una indeterminada inquietud en su interior.

Reflexionaba en el tiempo en que Águeda estaba en la cocina. Lo único que le atemorizaba de su nueva amiga era que si se dejaba ir, si de verdad manifestaba
cómo era ella, Puri; sus debilidades, sus
fragilidades, sus esperanzas, sus deseos, su necesidad de cariño, de entrega, de recibir... no volveria a recibir el dolor del abadono y del engaño.

Se acercó a la puerta interior.

— ¿Te echo una mano?
— No, tranquila: estoy haciendo el sofrito. Gracias, siéntate.

Se notaba que Águeda no era una empleada: todo estaba limpisimo y ordenado.

Purita observó a Águeda, moviéndose con aquella suavidad ondulatoria, con aquellas caderas insinuantes y aquel trasero atractivo. Se preguntó si no se estaría equivocando. A fin de cuentas, también ella había soñado con Águeda o con alguien como Agueda, muy parecida en todo a Águeda... Sintió un escalofrío extraño, pero muy agradable.

Después de comer habían intercambiado circunstancias personales y anécdotas,
Águeda se quitó las gafas. Sus ojos azul cielo tenían un cierto aspecto de tristeza. Estaba
pensativa. Miró a Purita, cuyos adorables ojos de asombro casi infantil despertaban muchas cosas dormidas en el corazón y la piel protegidamente insensible de Águeda. 

— Soy de Ávila —le comentó a su nueva
amiga—. Mis padres aún viven allíi.
—¿Hasta cuándo estarás en Tarragona?
— Cuatro dias más.

Águeda se quedó en silencio.

— Vamos -dijo Purita rompiendo el silencio del momento—, te ayudo a limpiar.
— No, deja; ni hablar.
— Insisto, y dime qué te debo. La paella estaba
deliciosa... ¡Me voy a empachar!
— Mira tú misma la carta y deja el dinero en el mostrador.

Águeda fregó la escasa vajilla y se quitó el pequeño delantal e inquirió:

—¿En dónde te alojas?
— En el Imperial. Está muy bien.
— Lo conozco. Mi hermana trabaja ahi. Oye,
tienes que asearte; las quemaduras del sol
permanecen mucho tiempo y son peligrosas.
¿Quieres venir y te enseño mi casa?

Puri no dudó está vez:

— Perfecto, estoy deseando quitarme el salitre... y la arena. Lo tengo metido por todas partes —estalló en carcajadas.
— Vamos, tengo una crema que te aliviará.

Las vacaciones solitarias de Purita acababan de dar un vuelco inesperado. Tenía una nueva amiga... y un pálpito todavía inconfesado.

Águeda apagó las luces del chiringuito y bajó el cierre. El sol de la primera tarde, tórrido y hostil, las recibió sin una sombra.


_______________

* Nota: la continuación de las dos partes de este relato se pueden encontrar en la sección de relatos de Erotismo.



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