El ardiente verano de Puri (V) (Purita y Águeda)

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                El ardiente verano de Puri (V)
                         (Purita y Águeda)

 



(Continuación)



Águeda la besó en los labios. Sus bocas se fundieron. Purita mordió los labios de Águeda. Todavía temblaba.

— Ahora quiero comerte el tuyo.
— Me muero de ganas.

El short vaquero cayó al  tiempo que Purita bajaba la braguita negra de encaje. El pubis de Águeda era muy velludo y también de una tonalidad clara. Purita se arrodilló y Águeda se sentó con las piernas abiertas. Se acarició la rajita y sacó el dedo cubierto de flujo.

— Mira,..., mira cómo me has puesto de cachonda. Eres una golfita. Ven y chupa mi néctar. ¿Te gusta que te diga cositas? A mí me encanta.

Purita desconocía ese mundo sexual que incluía las palabras que subían la intensidad del sexo. Águeda magreaba sus propias tetas. 

— Ves.. son grandes. Mis pezones se han puesto duros y tiesitos: quieren que los mames...¡Ven, mi niña! —Puri se abalanzó, presa de un incontenible deseo. Se los en la boca, uno tras otro Los chupó y sorbió.

— Chupa, chupa, saca leche —decia Águeda, apretando la cabeza de Purita contra las tetas. Los gruesos pezones eran besados y los dientes de Puri temblequeaban en ligeros mordisquitos. Sus dedos se aferraban a las grandes mamellas—. Eso es, eso es... Sabes cómo dar gusto en las tetas, mi gatita, ¡Uhmmm! ¡Cómo me gustaría tener leche para ti; llenarte los labios...! Pero, mi brevita exige que te dediques a ella. Está caliente, calentísima. —Empujó la cabeza de Purita.
 
Puri soltó los pezones y abrió con las dos manos el felpudo rubio de Águeda. El chocho estaba muy dilatado y los bordes rezumaban flujo. Purita lo lamió, arrancando gemidos de Águeda, que volvía a jugar con sus propias mamellas. Tomó una y bajo la cabeza hasta llegar a lamer su pezón. Puri separó el vello púbico y besó toda la vulva, hasta llegar al ano. Dejó que la punta de la lengua acariciase el agujerito. Águeda se estremeció.

— ¡Ah, zorrita, ¿te gusta mi ojo del culo?! ¿Quieres darme por él, joderlo, verdad? Ahora, no, ramerita, ahora quiero que me comas la cerecita hasta correrme. ¡Llévame al orgasmo! 

Puri abrió el coño completamente. El clítoris era grande, con un bello color morado suave, brillaba su punta como un capullo y estaba durísimo. Se lo introdujo golosamente entre los labios y lo succionó como si fuera un delicioso caramelito. Su lengua comenzó a rotar en el fruto resbaladizo. El aroma de la carne vulvar desataba su voluptuosidad. Se escurría por dentro de su propia vagina.

No recordaba haber disfrutado nunca del sexo como en esos momentos. Águeda gemía y resoplaba. Puri sorbía el fluido vaginal, que salía de aquella raja. Un agradable sabor llenó sus papilas gustativas. Al mismo tiempo, jugó con la entrada del ojete de Águeda, que resopló sonoramente.

— ¡Ufff!, ¡Uffff! Lo haces muy bien. Chupa mis flujos..., trágalos.

Puri deseaba fundirse con Águeda, que su boca y el coño ardiente y chorreante de su compañera de disfrute, formaran un sólo órgano de placer y sensaciones. Las palabras de Águeda acentuaban el placer del sexo. Un mundo más amplio se abrió ante sus sentidos.

Mojó el índice en el néctar jugoso del fluido sexual de Águeda y lo llevó a la entrada del agujerito que apenas estaba separado por una franja de carne flexible. También descubrió que acariciar esa estrecha frontera le causaba a ambas un torrente de placer. Lo colocó en la entrada estriada, en esa zona de tacto rugosito e irregular. Con la suavidad del flujo vaginal del coño, la yema del dedo se hundió y penetró sin resistencia. Águeda gimió... para su sorpresa, también Purita gimió de placer al introducirse en el estrecho tunelito.

Sus labios succionaron la corolita del coño de Águeda y el dedo penetró desde el ojito del culo a lo más hondo que llegó. Entonces...

El grito, los espasmos, el cabalgar del clítoris entre los labios de Purita: Águeda se corrió como un volcán descontrolado. El orgasmo fue intensísimo. Purita quiso correrse con ella: frotó desesperadamente su clítoris, sin dejar de lamer el de Águeda. Su dedo seguía entrando y saliendo del recto de su amiga, con mucha delicadeza... así alcanzó su propio éxtasis.

— Mi vida —exclamó Águeda mientras acariciaba el cabello de Puri—. Me vuelves loca...

Purita sacó el índice y se dejó caer en el suelo. Águeda se colocó a su lado sobre el parquet. Los dedos de Puri acariciaban los pechos de Águeda. Ésta buscó la ardiente perlita que coronaba el abierto higuito de su compañera y lo empujó levemente, provocando un gemido placentero de Purita.

Tenían las cabezas muy cerca. Se besaron suavemente, como las enamoradas embelesadas una de la otra. Águeda le acarició la mejilla y le dijo:

— ¿Por qué no te quedas más tiempo?

Purita cuando la respiración se acompasó, pasó su lengua por la nariz de Águeda y respondió:

— Siempre que me prometas que cuando me queme por el sol, me aliviarás de la misma manera que hoy.

Ambas cerraron los ojos. Cuando los volvieron a abrir, el despejado cielo del verano mostró las lejanas luciérnagas del cielo, con su intermitente e inescrutable danza cósmica.

 


                                          (Fin del relato)


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