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Algo enturbiaba el espíritu de Rolando Puerta. Llevaba unas semanas en su nueva y flamante casa, pero contemplaba día a día como sus esperanzas y proyectos se habían difuminando. ¿Qué estaba ocurriendo?, se preguntaba. Sentía que su vida no era sino una repetición de la anterior, un calco, una sombra..., un eco.
A su alrededor todo era diferente, nuevo y hasta la realización de su sueño. Y, sin embargo, todo seguía igual. Su alma continuaba igual: gris, vacía, hueca.
Ante el espejo una voz profunda le decía: «Has logrado cambiarlo todo; pero lo único que no ha cambiado eres tú.»
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