ENCUENTRO EN EL MUELLE
Por Eunoia
Enviado el 13/07/2025, clasificado en Amor / Románticos
61 visitas
Creo que fue instantáneo.
Parece una tontería propia de las novelas románticas pasadas de moda, pero fue así. El muelle, ruidoso, repleto de gentes, de trabajadores y marinos, de trasiego infernal. La noche iba deslizando su velo entre ráfagas de viento, líneas rojizas en el horizonte y el olor salino mezclado con el fuel aceitoso alrededor del barco, inmenso, cíclope de los océanos que jamás ni en época alguna la naturaleza pudo haber concebido.
Apoyado en la barandilla, con la mirada distraída te vi.
Eras diferente. Me gustó tu forma sencilla, fresca, cómoda de vestir, tus cabellos castaño claro; emanaba de ti a cada paso algo personal, original, propio. Él te acompañaba, pero no te daba la mano. Llevaba tus maletas; tú la gran bolsa de tela de vaquero.
De repente, el muelle estaba vacío, y la calzada amplia y manchada, las gentes eran invisibles, y no había otro sonido que tu voz, tu despedida: el beso incorpóreo en sus labios. Tu mirada inteligente y profunda, penetrante. Se te veía resuelta, pero yo distinguí instantáneamente tu timidez e introspección. Eras de otro mundo, ajena a éste, a lo corriente. ¿Un aura? Sí, para mí, para mis ojos, para mi alma.
Subiste y te perdiste en la descomunal panza del monstruo marítimo. Sentí un vacío, una repentina orfandad y un temor intenso y profundo; casi una desesperación. Nervioso, con un nudo en la garganta bajé las escaleras apresurado. Mis ojos inquirían tu presencia; buscaban tu ser, ansiaban encontrar tu ser físico.
Y te vi.
Paraste con tu bolsa a los pies, mientras tus maletas eran certificadas. Luego, distraída miraste a tu alrededor. Ahí estaba yo, objeto indiferente. Pasaste la mirada como a través de mí. Se fugó el aire de mis pulmones: ya no lo necesitaba. Mis sensaciones como diminutas bolas que se iban extinguiendo... ¡¿Qué me ocurría?!
Recogiste tus tickets y tu bolsa. El operario señaló la escalera hacia los compartimentos. Te giraste. Ahí estaba yo, quieto e inmortal, como una estatua romana. Adquirí corporeidad, organicidad, existencia. Nuestros ojos se cruzaron, perpetuos, en una gemelidad. Los tuyos se iluminaron cuando los míos se hicieron candelas. ¡Latía!, mi corazón volvía a palpitar, el aire inundó mis bronquios. Nos sonreímos.
—¿Sabes dónde y está mi compartimento? -me preguntaste.
—Ah..., junto al mío... ¿te acompaño?
No dejamos ya de sonreír escaleras arriba.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales