PENTIMENTO

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                      PENTIMENTO


Cada cierto tiempo echamos un vistazo al
pasado, me refiero a épocas pasadas que hemos dejado en el recuerdo y, cómo las viejas
fotografias en papel, se han ido decolorando, y sombras y luz han ido confundiéndose entre sí, haciendo que paisajes y personajes apenas
pervivan en nuestro pensamiento como perfiles cuyo contenido rellenamos infielmente.

He utilizado el título del memorable libro de Lillian Hellman, publicado en 1974, como homenaje a la autora, y porque es difícil encontrar un preámbulo mejor para referirse a nuestro profuso árbol de recuerdos.

Al repasar los momentos pasados en nuestras vidas, aparecen pasajes alegres que guardamos con mucho cariño, en los que nos acompañan otras personas, en otros ámbitos. Éstos los vamos recoloreando a medida que pasa el tiempo; a ellos recurrimos cuando el presente está teñido de tonos grises y sepia. Pero también aparecen en nuestra memoria otros momentos que procuramos relegar en el
pensamiento, porque nos causan un renovado
dolor y nos hacen rememorar el viejo dolor,
mutado ya en tristeza.

Puede que haya una diferencia significativa entre la memoria de los acontecimientos penosos y los luminosos. El enfoque luminoso elimina las indudables foscas y oscuras atmósferas que también convivían con los episodios felices y les restan agudeza.

Ahora bien, ya sea por autoprotección o bien por un atavismo cultural insertado en el modo de vida actual, los acontecimientos penosos vienen enlazados a un antes que dibujamos como feliz absolutamente, hasta que la situación negativa los eclipsó. En nuestra memoria, el peso de los recuerdos lúgubres adquieren un mayor dramatismo; en los momentos felices los instantes negros se
difuminan hasta desaparecer. En uno y otro caso, deberíamos hacer un esfuerzo de revisión crítica para que la memoria ni idealice ni nos martirice.

Los sueños son obstinados y no se dejan
interpretar, por el contrario, los recuerdos son
constantemente reinterpretados según nuestras necesidades emocionales, y  nuestro profuso árbol de los recuerdos es una bonita metáfora que representa la conexión entre el pasado y el presente. En el preámbulo de Lillian Hellman, se enfatiza la importancia de recordar y aprender de las experiencias vividas. Cada rama del árbol simboliza un recuerdo, que puede ser tanto doloroso como hermoso, y su crecimiento refleja cómo estos momentos moldean nuestra identidad. Así, el árbol debe convertirse en un refugio de sabiduría y reflexión, recordándonos que nuestros recuerdos son parte esencial de quienes somos y a pesar de la reinterpretación que les demos según nuestro momento vital, no debemos nunca desecharlos, pues todos ellos son las raíces que sustentan lo que somos. Es necesario para sostener nuestro árbol y mantenerlo sano, que entendamos y aceptemos nuestro pasado, vivamos nuestro presente y construyamos un futuro que nos permita continuar escribiendo la historia de nuestra vida.

 


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