La fuente del dragón entre los bambúes

En el frondoso laberinto de ramajes y espesuras duerme una pequeña fuente, cuya agua proviene del cercano río. Atraviesa un largo caño en forma de dragón, cuyos ojos están forjados en hierro negro. Sobre el mismo, directamente asentado en la roca, está la pequeña libélula, con las alas abiertas, tan bien esculpida que parece viva.

Alrededor, los bambúes emitieron un suave sonido casi musical, extraño, un dulce silbido acogedor, como una voz que decía: «Ven, extranjero». El gorjeo lejano de las avezuelas hacia presagiar el lento atardecer de los primeros días de julio.

La humedad del lugar, los plácidos sauces, entre los cuales algunos rayos oblicuos de sol deslumbraban mis ojos extasiados, el rumor delicado del chorro de agua salpicando sobre el cueco de mármol, como una concha virginal; todo ello me trajo su recuerdo, el olor de sus cabellos, la forma de sus labios, su mirada profunda: la de su alma. Recordé la cuidadosa palma de su mano...

Sentí un aleteo de mariposas en mi pecho y mi corazón susurró: «María».