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Abrió la sábana sonriente. La cortina se movió con la brisa del primer amanecer.
Traía el cuerpo helado. Él la abrazó tiernamente, la cubrió con su cuerpo desnudo, colocó sus pies sobre los de ella gélidos. Olió los cabellos mojados de la lluvia, que seguía repiqueteando sobre el tejado de pizarra negra, sintió en su vientre los tersos glúteos fríos.
Ella suspiró. Él suspiró. Un mirlo lanzó al primer rayo de sol sus bellas llamadas. Por la ventana penetró el olor de las matas de dama de noche.
Besó su espalda. Ella se estremeció, cerró los ojos y se durmió.
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