«Un helado de fresa, por favor».
La chica, congran habilidad, cogió el cucurucho y con un calculado movimiento de muñeca colocó la cantidad justa, fruto de la experiencia diaria, en la pinza cóncava que un segundo después
coronaba el helado de Alberto.
La chica se lo entregó con una sonrisa comercial y Alberto dejó sobre el mostrador de cristal los dos euros y medio.
Mientras la lengua arrancaba una porción de la refrescante crema con sabor a fresa, Alberto pensó en la chica. ¿Cuántos helados serviría al dia? ¿Cuántos movimientos estudiados al detalle para que cada cliente estuviera lo justo en la cola de espera, y no se acumulasen demasidas personas en la cadena humana de clientes, realizaría en una jornada de trabajo?¿Cuántas horas, dias, meses se habrían esfumado en la vida de esa mujer, dedicadas sencilla, metódica, mecánica, rutinariamente, a conseguir un salario con el cual podría dedicar parte de su tiempo "libre" a convertirse ella misma en una cliente, en otra persona que esperaría el tiempo de ser atendida en otro pequeño o gran templo comercial; antes de poder reposar frente al televisor y distraerse hasta la hora de entrar en un mundo onírico, en el cual sus sueños pudieran difuminar aquella pesadilla que se reproducía diariamente a sí misma del mismo modo como la sangre daba vida a los vampiros?
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